El siguiente discurso fue pronunciado por David North, presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, ante el Acto Internacional en Línea del Día Internacional de los Trabajadores de 2024 , llevado a cabo el sábado 4 de mayo.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional inicia esta celebración del Primero de Mayo con un llamamiento a que la clase obrera se oponga activamente a la política criminal de los Gobiernos imperialistas que están llevando a la humanidad a una catástrofe global.
La clase obrera debe defender al pueblo asediado de Gaza y forzar el fin de la guerra genocida que está librando el Gobierno nazi de Benjamín Netanyahu con el apoyo del imperialismo.
La clase obrera internacional debe reconocer el vínculo inseparable entre la lucha contra el genocidio en Gaza y la necesidad de un movimiento mundial contra la temeraria escalada del imperialismo estadounidense y sus cómplices de la OTAN en la guerra contra Rusia y los preparativos de guerra contra Irán y China. El brutal sacrificio de cientos de miles de vidas ucranianas en aras de los intereses geopolíticos de las potencias imperialistas debe acabar.
Los trabajadores estadounidenses deben actuar en defensa de los estudiantes agredidos por las tropas de asalto de la policía en universidades de todo Estados Unidos. La misma responsabilidad recae en los trabajadores de todos los países donde los manifestantes contra el genocidio están siendo atacados.
El Comité Internacional denuncia la calumnia de que las protestas contra el genocidio constituyen antisemitismo, que siempre ha sido y sigue siendo característico de la derecha política capitalista y un arma en su guerra contra el socialismo.
El Comité Internacional reafirma su llamamiento por la liberación inmediata de Julian Assange. Hay que poner fin a la conspiración contra sus derechos democráticos.
El Comité Internacional también pide una campaña mundial para forzar la liberación del camarada Bogdan Syrotiuk, opositor socialista a la guerra de Ucrania y luchador por la unidad de la clase obrera ucraniana y rusa. Fue detenido la semana pasada por el Gobierno fascistoide de Zelenski.
Hace diez años, el Comité Internacional celebró por primera vez el Primero de Mayo en línea. En aquella ocasión, ofreció la siguiente descripción del estado del capitalismo mundial:
La organización política de la sociedad parece asumir cada vez más la estructura de una prisión para criminales dementes. Pero en esta prisión global, el cuerdo -la gran masa del pueblo- es la que está entre rejas, mientras que los locos, los políticos capitalistas, los asesinos profesionales de las agencias de inteligencia, los gánsteres corporativos, y los estafadores de las altas finanzas, patrullan los muros de la penitenciaría, escopeta en mano.
La celebración del Primero de Mayo en 2014 tuvo lugar solo tres meses después del golpe del Maidán en Kiev que fue instigado por Estados Unidos y Alemania. Analizando este acontecimiento en la reunión del Primero de Mayo, el Comité Internacional declaró:
El objetivo de este golpe fue llevar al poder un régimen que pusiera a Ucrania bajo el control directo del imperialismo estadounidense y alemán. Los conspiradores en Washington y Berlín entendieron que este golpe llevaría a un enfrentamiento con Rusia. De hecho, lejos de buscar evitar una confrontación, tanto Alemania como Estados Unidos creen que es necesario un enfrentamiento con Rusia para la realización de sus intereses geopolíticos de largo alcance.
Para el imperialismo alemán, la confrontación con Rusia es bienvenida como un pretexto para rechazar las restricciones al militarismo impuestas a raíz de los crímenes incalificables cometidos durante el Tercer Reich de Hitler.
En cuanto al papel de Estados Unidos, el Comité Internacional advirtió:
Hay un nivel extraordinario de imprudencia en la conducción de la política exterior estadounidense. Cualquiera de los enfrentamientos provocados por Washington podría salirse de control con consecuencias desastrosas para Estados Unidos y todo el planeta.
Pero la temeraria política de Washington es, en última instancia, la manifestación de la crisis extrema del capitalismo estadounidense. Los estrategas imperialistas de Washington no ven otro medio para contrarrestar el prolongado declive de la posición económica mundial del capitalismo estadounidense que el mecanismo de la guerra. El hecho de que China, según los informes más recientes, puede superar a Estados Unidos como la mayor economía mundial para fines de 2024 aumentará la propensión de Washington a utilizar la fuerza militar para cambiar el equilibrio de poder a su favor.
Los acontecimientos de la última década han corroborado plenamente el análisis presentado por el Comité Internacional. Pero la confirmación de nuestro análisis no es motivo de autocomplacencia. El análisis realizado hace 10 años se presentó como una advertencia. Pero aquello de lo que advertimos se ha hecho realidad. Lo que empezó como una guerra indirecta provocada deliberadamente por el imperialismo estadounidense y sus aliados de la OTAN se ha convertido, de facto, en un conflicto abierto con Rusia. La Administración de Biden ha ignorado las “líneas rojas” que, una vez cruzadas, conducirían a una rápida escalada hacia la guerra nuclear.
Un auténtico frenesí bélico se apodera de los dirigentes del imperialismo mundial. En una entrevista publicada esta semana en The Economist, el presidente francés, Emmanuel Macron, insiste en que la OTAN no debe descartar el despliegue de tropas en Ucrania, declarando: “Sin duda hemos sido demasiado indecisos definiendo nuestros límites ante alguien que ya no tiene límites y que es el agresor”.
Los líderes políticos y los comentaristas en los medios de comunicación se refieren casualmente a una guerra nuclear como una opción estratégica aceptable. En un artículo publicado el 24 de abril, el New York Times –informando sobre ejercicios militares masivos de la OTAN en las fronteras de Rusia— especuló con notable despreocupación sobre las consecuencias de una guerra con Rusia:
Si la OTAN y Rusia entraran en guerra, las tropas estadounidenses y aliadas se dirigirían inicialmente a los países bálticos de Estonia, Letonia y Lituania –el “flanco oriental” de la OTAN— para intentar bloquear la penetración de una fuerza rusa.
Cómo acabaría esa guerra y cuánta gente podría morir, es otra historia. Decenas de millones de personas murieron en la Segunda Guerra Mundial. Esta vez, nunca ha habido tanto en juego. Putin ha mencionado la posibilidad de una guerra nuclear varias veces desde que Rusia invadió Ucrania hace más de dos años.
Lejos de intentar disminuir el peligro de una confrontación catastrófica con Rusia, la Administración de Biden y la OTAN están intensificando el conflicto sin descanso. Justo un día después del informe sobre los ejercicios militares de la OTAN, el New York Times escribió a sus lectores:
Las fuerzas ucranianas podrán utilizar un nuevo sistema codiciado de misiles de largo alcance para atacar más eficazmente a las fuerzas rusas en la Crimea ocupada, según altos funcionarios del Pentágono el jueves.
La decisión del presidente Biden en febrero de enviar más de 100 sistemas de largo alcance a Ucrania fue un cambio de política importante.
No se puede exagerar la temeridad de este “cambio de política importante”. A la administración Biden le gustaría que el público creyera que el Gobierno de Putin no responsabilizará a EE.UU. ni a sus aliados de la OTAN por los ataques de la OTAN en territorio ruso con las armas que han proporcionado.
Pero ¿y si Putin, invocando el precedente establecido por el presidente John F. Kennedy durante la crisis de los misiles en Cuba en 1962, declara, parafraseando la advertencia de Kennedy, que los ataques a territorio ruso por parte de Ucrania con misiles suministrados por la OTAN y cito las palabras de Kennedy, con ciertos cambios necesarios, “serán considerados como un ataque” de la OTAN a Rusia, de nuevo, las palabras de Kennedy, “requiriendo una respuesta de represalia completa” contra los países de la OTAN?
Ya es hora de que Biden y sus colegas de la OTAN le digan a la población que su búsqueda de la “victoria en Ucrania” significa arriesgarse a una guerra nuclear; y que describan con el detalle necesario lo que les ocurrirá a sus países y al mundo si el enfrentamiento con Rusia se vuelve nuclear.
De hecho, la Administración de Biden sabe muy bien –basado en estudios científicos realizados por el Gobierno de EE.UU. en las décadas de 1950 y 1960— cuál sería el resultado de una guerra termonuclear.
En febrero de 2015, The Bulletin of the Atomic Scientists publicó un artículo titulado: “¿Qué pasaría si una ojiva nuclear de 800 kilotones fuera detonada sobre el centro de Manhattan?”. Lo que sigue son varios pasajes de ese artículo:
La ojiva probablemente sería detonada a poco más de una milla por encima de la ciudad, para maximizar el daño creado por su onda expansiva. En unas pocas décimas de una millonésima de segundo después de la detonación, el centro de la ojiva alcanzaría una temperatura de unos 200 millones de grados Fahrenheit unos 100 millones de grados Celsius, o unas cuatro o cinco veces la temperatura en el centro del sol.
Se formaría una bola de aire sobrecalentado, expandiéndose inicialmente hacia fuera a millones de millas por hora. Empujaría el aire alrededor como un pistón rápido, comprimiéndolo al borde de la bola de fuego y creando una onda de choque de gran tamaño y fuerza...
La bola de fuego vaporizaría las estructuras directamente debajo de ella y produciría una inmensa onda expansiva y vientos de alta velocidad, aplastando incluso estructuras de hormigón reforzadas a un par de millas de la zona cero...
En el Empire State Building, Grand Central Station, el edificio Chrysler y la catedral de San Patricio, a una distancia de entre media y tres cuartos de milla de la zona cero, la luz de la bola de fuego derretiría el asfalto de las calles, quemaría la pintura de las paredes y fundiría las superficies metálicas medio segundo después de la detonación. Aproximadamente un segundo después, la onda expansiva y los vientos de 750 millas por hora llegarían, aplastando edificios y lanzando coches en llamas al aire como hojas en una tormenta de viento. En todo el centro, los interiores de los vehículos y edificios en la línea de visión de la bola de fuego estallarían en llamas...
A dos millas y media de la zona cero, el Museo Metropolitano de Arte, con todos sus magníficos tesoros históricos, sería arrasada. A dos millas y media de la zona cero, en Lower Manhattan, east Village y Stuyvesant Town, la bola de fuego sería 2.700 veces más brillante que el sol del desierto al mediodía...
En decenas de minutos, todo lo que está a unas cinco a siete millas del centro de Manhattan sería engullido por una gigantesca tormenta de fuego. La zona del incendio abarcaría un área total de 90 a 152 millas cuadradas, 200 a 389 kilómetros cuadrados. La tormenta de fuego duraría entre tres y seis horas...
Los que intentaron escapar por las calles habrían sido incinerados por los vientos huracanados llenos de llamas...
El fuego extinguiría toda vida y destruiría casi todo lo demás. Decenas de kilómetros a sotavento de la zona de destrucción inmediata, la lluvia radiactiva comenzaría a llegar pocas horas después de la detonación. Pero esa es otra historia.
Esta descripción del impacto de una sola ojiva nuclear en Manhattan no es una especulación. Describe con precisión el horrendo efecto de una explosión nuclear. Y, sin embargo, ha habido numerosas declaraciones de líderes estadounidenses y europeos y militares de alto rango, repetidas como por loros en los medios de comunicación, de que la OTAN no debe dejarse intimidar por la posibilidad de una guerra nuclear. Lo que esto significa es que la antigua suposición de que las bombas nucleares tienen un efecto disuasorio en los conflictos entre las potencias que las poseen ya no es válida.
Si se toman en serio las declaraciones que descartan el principio de disuasión –y deben serlo— no se puede evitar la conclusión de que las decisiones que podrían determinar el futuro del planeta están siendo tomadas por maníacos. Y, sin embargo, no es una explicación adecuada. Tampoco es correcta. Biden, Sunak, Macron y Scholz no son individuos dementes. Pero son dirigentes de un sistema capitalista desgarrado por crisis para las que no encuentran soluciones progresistas, socialmente racionales ni mucho menos humanas.
El carácter depredador del imperialismo moderno, que lo conduce hacia la guerra y la dictadura, ha sido durante mucho tiempo objeto de análisis marxistas, incluso antes del estallido de la primera guerra mundial imperialista en 1914. Los delegados del Congreso Socialista Internacional de 1910 celebrado en Copenhague adoptaron una resolución que decía:
Las guerras de hoy día son el resultado del capitalismo, especialmente la lucha externa y competitiva de los Estados capitalistas por los mercados mundiales, y del militarismo, que es el principal instrumento de la dominación de la clase burguesa en los asuntos internos y de la represión económica y política de la clase obrera. La guerra cesará por completo solo cuando se suprima el orden económico capitalista.
La guerra mundial prevista por el movimiento socialista estalló en agosto de 1914. La importancia histórica del sangriento conflicto fue explicada por Trotsky en su brillante documento de 1915, La guerra y la Internacional. Escribió:
La guerra proclama la caída del Estado nacional. Pero al mismo tiempo proclama la caída del sistema económico capitalista. Mediante el Estado nacional, el capitalismo ha revolucionado todo el sistema económico del mundo. Ha repartido toda la tierra entre las oligarquías de las grandes potencias, en torno a las cuales se agrupaban los satélites, las naciones pequeñas, que vivían de la rivalidad entre las grandes. El futuro desarrollo de la economía mundial sobre la base capitalista significa una disputa incesante por nuevos y siempre nuevos campos de explotación capitalista, que deben obtenerse de una misma fuente, la tierra. La rivalidad económica bajo la bandera del militarismo va acompañada de robos y destrucción que violan los principios elementales de la economía humana. La producción mundial se rebela no solo contra la confusión producida por las divisiones nacionales y estatales sino también contra la organización económica capitalista, que ahora se ha convertido en una desorganización bárbara y caos.
Por supuesto, se han producido grandes cambios en la economía mundial y en el equilibrio de fuerzas entre los Estados nación capitalistas durante el último siglo. El crecimiento y la complejidad de la economía mundial y la escala de las fuerzas productivas en las que se basa son mayores en varios órdenes de magnitud. Pero también lo es, por tanto, la magnitud de la crisis del sistema imperialista.
La clase dominante estadounidense está decidida a defender y asegurar su hegemonía contra todos los rivales potenciales. Proclama con arrogancia que defiende lo que denomina “el orden basado en normas”, por lo que quiere decir: “Nosotros hacemos las reglas y el mundo sigue nuestras órdenes”. Ha denunciado a los Estados que percibe como una amenaza al orden mundial dominado por EE.UU. -principalmente Rusia, Irán, Corea del Norte y, sobre todo, China- como un “eje de descalabro”. Un tono amenazador y beligerante impregna las revistas de política exterior que articulan los objetivos del imperialismo estadounidense. Un ejemplo típico de este género es un artículo publicado a principios de este mes en la revista Foreign Affairs. Se titula “No existe un substituto para la victoria: la competencia de Estados Unidos con China debe ganarse, no gestionarse”.
Pero el impulso hacia la hegemonía mundial se ve socavado por el deterioro de los fundamentos económicos del capitalismo estadounidense. Para decirlo sin rodeos, se enfrenta al problema básico al que inevitablemente se enfrenta un sistema económico degenerado: la quiebra del Estado.
En 1971, el año en que el presidente Richard Nixon rompió el vínculo entre el dólar y el oro, la deuda nacional estadounidense ascendía a 398.000 millones de dólares. En 1982, la deuda nacional superó los 1,1 billones de dólares. En 2001, la deuda nacional se había multiplicado por cinco, a 5,8 billones de dólares. En 2008, el año del derrumbe de Wall Street, se elevó a 10 billones de dólares. En 2014, el año de nuestra primera celebración en línea del Primero de Mayo, la deuda nacional alcanzó los 17,8 billones de dólares. 17,8 billones de dólares. A estas alturas, el crecimiento de la deuda tenía un mórbido parecido a un tumor maligno incontrolable. Durante la última década, la deuda nacional casi se ha duplicado y ahora asciende a 33,2 billones de dólares.
La situación económica parece aún más sombría cuando la deuda pública se mide en porcentaje del producto interno bruto (PIB). En 1971, la deuda pública era del 35% del PIB. En 2001 había aumentado al 55% del PIB. Hace diez años, en 2014, la deuda pública era tan grande como el PIB. Durante el año pasado, la deuda nacional alcanzó el 120 por ciento del PIB estadounidense.
El deterioro del capitalismo estadounidense frente a sus competidores mundiales queda patente en las cifras de la balanza comercial. En 1971, Estados Unidos registró un pequeño superávit de 626 millones de dólares. En 2001, el déficit anual de Estados Unidos había alcanzado los 377.000 millones de dólares. En 2014, el déficit comercial alcanzó los 509.000 millones de dólares. En 2022, el último año para el que existe una medición precisa, el déficit comercial se calculó en 971.000 millones de dólares. Algo menos de un billón de dólares anuales.
Estados Unidos y sus principales aliados de la OTAN están convencidos de que el mantenimiento de su dominio depende, en última instancia, en la destrucción de sus posibles competidores mediante la guerra.
El acceso sin trabas del imperialismo a los vastos y estratégicos recursos críticos de Eurasia no puede lograrse pacíficamente. Como uno de los comentaristas más sagaces del Financial Times británico, Gideon Rachman, ha escrito recientemente:
La “alianza occidental” se ha vuelto una realidad, una red mundial de aliados que se considera partícipe de una serie de combates regionales interrelacionadas. Rusia es el adversario clave en Europa. Irán es la potencia más disruptiva de Oriente Próximo. Corea del Norte es un peligro constante en Asia. El comportamiento y la retórica de China son cada vez más agresivos, y puede reunir recursos de los que no disponen Moscú ni Teherán.
De este modo, la lucha contra la incesante escalada del conflicto militar hacia una catástrofe nuclear es la mayor tarea a la que se enfrenta la clase obrera. Pero el éxito de esta lucha, de la que depende la supervivencia de la humanidad, requiere una estrategia basada en una correcta valoración de la naturaleza del imperialismo. Todos los programas contra la guerra que se basan en la esperanza de que las clases dirigentes pueden ser presionadas y persuadidas a aceptar una solución no violenta a las contradicciones del capitalismo mundial son autoengaños que bloquean el desarrollo de un auténtico movimiento de masas contra el imperialismo.
La indiferencia ante los niveles masivos de mortalidad y morbilidad desde el estallido de la pandemia de COVID en enero de 2020 es una refutación incontestable de las apelaciones a la conciencia de la clase capitalista. Subordinó toda preocupación por la vida humana al implacable afán de lucro de las empresas y la acumulación de riqueza privada. Aceptó 27 millones de muertes en exceso como consecuencia necesaria del funcionamiento del proceso de producción capitalista.
La política proclamada alegremente por el primer ministro británico Boris Johnson mientras el COVID asolaba el país –“Que los cuerpos se apilen”— desde la perspectiva de la clase dominante, es igual de apropiada para la persecución de sus intereses globales.
La violencia genocida desatada por el Estado israelí contra los palestinos ha despertado la ira de trabajadores y jóvenes de todo el mundo. Pero hay que reconocer que el genocidio de Gaza y la guerra contra Rusia son frentes interconectados en la guerra global desatada por el imperialismo. Los mismos intereses que dictan las políticas de Joe “El Genocida” Biden en Oriente Próximo determinan las acciones de su Administración tanto en Europa central como en Asia.
La historia ha demostrado que las profundas contradicciones del capitalismo mundial que dan lugar a guerras también conducen a la revolución social. El proceso de movilización de los recursos necesarios para hacer la guerra obliga a las élites gobernantes a intensificar su ataque contra las condiciones de vida y los derechos democráticos de la clase obrera. La resistencia será cada vez mayor.
Pero para que esta resistencia esté a la altura de las tareas históricas requiere el desarrollo de una perspectiva revolucionaria. El impacto de la crisis proporcionará un poderoso impulso para grandes cambios en la orientación política de la clase obrera. Pero la necesaria conversión de los procesos objetivos en acción política revolucionaria requiere la construcción de una dirección marxista de la clase obrera.
¿Cómo se conseguirá? En su último gran manifiesto, escrito en 1940, poco después del estallido de la Segunda Guerra Mundial y solo tres meses antes de su asesinato por un agente estalinista, Trotsky definió la esencia de la lucha revolucionaria contra la guerra:
Independientemente del curso de la guerra, cumplimos nuestra tarea básica: Explicamos a los trabajadores la irreconciliabilidad entre sus intereses y los intereses del capitalismo sanguinario; movilizamos a los trabajadores contra el imperialismo; promovemos la unidad de los trabajadores en todos los países beligerantes y neutrales; llamamos a la confraternización de obreros y soldados dentro de cada país, y de soldados con soldados en lados opuestos del frente de batalla; movilizamos a las mujeres y a los jóvenes contra la guerra; continuamos la constante, persistente, e incansable preparación de la revolución...
Solo el Comité Internacional lleva a cabo la lucha contra la guerra sobre la base de esta perspectiva socialista. La base estratégica de esta lucha es la unificación internacional de la clase obrera, que solo puede realizarse mediante una oposición irreconciliable al Estado capitalista. Esta estrategia determina no solo nuestra oposición a las políticas depredadoras del imperialismo, sino también a las retrógradas políticas nacionalistas de los regímenes capitalistas de Rusia y China. La Cuarta Internacional, como insistió Trotsky, es el partido de la oposición revolucionaria irreconciliable. Llevamos a cabo la lucha contra la guerra imperialista pero no en alianza con ningún Estado capitalista, sino exclusivamente a través de la movilización política de la clase obrera sobre la base de un programa socialista internacional.
En un discurso que el camarada Bogdan Syrotiuk escribió solo tres días antes de su detención, y que tenía previsto pronunciar en este mitin en línea, declaró:
En el día de la solidaridad internacional de la clase obrera, nosotros, los miembros de la rama ucraniana de la Joven Guardia Bolchevique-Leninista, y toda la JGBL, ¡llamamos a la unificación del proletariado ucraniano y ruso con el proletariado de los países imperialistas para poner fin a esta guerra!
Llamamos a la construcción de secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en todas las antiguas repúblicas soviéticas.
Y llamamos al proletariado del mundo a unirse bajo la bandera de su líder: el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
Que las palabras de Karl Marx y Friedrich Engels suenen más alto y más fuerte: “¡Proletarios del mundo, uníos!”.
¡Qué sus palabras inspiren a los trabajadores y a los jóvenes de todo el mundo a acabar con el capitalismo y salvar a la civilización de la destrucción construyendo la Cuarta Internacional, el Partido Mundial de la Revolución Socialista!
(Artículo publicado originalmente en inglés el 5 de mayo de 2024)
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