El horrendo colapso del velocista estadounidense Noah Lyles en los Juegos Olímpicos debido a su infección por COVID-19 ha impactado a muchos en todo el mundo. Mientras los medios de comunicación le restan importancia, el incidente demuestra gráficamente que la pandemia continúa y sigue siendo peligrosa para toda la población.
Se esperaba que Lyles ganara el oro y posiblemente estableciera un nuevo récord mundial en la carrera de 200 metros, después de haber ganado en los 100 metros dos días antes. Pero poco después de cruzar la línea de meta en tercer lugar, Lyles se tumbó al suelo, retorciéndose y visiblemente teniendo dificultades para respirar. Luego se arrodilló durante casi 30 segundos, antes de que los profesionales médicos lo ayudaran a salir de la pista en una silla de ruedas improvisada frente a una audiencia global de millones de personas.
Lyles regresó unos minutos más tarde con una mascarilla y reveló que había estado enfermo de COVID durante los dos días anteriores, diciéndole a un periodista: “Me desperté temprano, alrededor de las 5 am del martes, y me sentía realmente horrible”. Luego, añadió: “Me sentía bastante mareado después de esa carrera y definitivamente tenía falta de aliento y dolor en el pecho”. Pronto anunció en Twitter/X que no participaría en su evento final al día siguiente.
Este inquietante episodio ha puesto patas arriba las mentiras de Joe Biden y otros líderes mundiales de que “la pandemia ha terminado”. De hecho, el COVID-19 se ha seguido propagando como un reguero de pólvora sin las medidas de mitigación para proteger la salud pública. El viernes, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, sigla en inglés) de EE. UU. actualizaron sus datos sobre aguas residuales, mostrando que más de 1 millón de estadounidenses están contrayendo COVID-19 cada día.
El inicio de la pandemia obligó la postergación de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 al año siguiente, donde se implementaron pruebas, uso de mascarillas y otras precauciones. En 2022, los Juegos Olímpicos de Beijing se celebraron en una burbuja de alta seguridad establecida en línea con la estrategia de “Cero COVID” vigente en ese momento en China, protegiendo a todos los atletas en el evento.
Todo esto ha terminado, ya que los Juegos Olímpicos de París tienen lugar más de un año después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) levantara la declaración de emergencia de salud pública por COVID-19. Todos los Gobiernos del mundo han eliminado todas las medidas de mitigación para frenar la propagación del COVID-19.
Lo que una vez se conoció como el “espíritu olímpico” es efectivamente letra muerta. Al igual que con todos los eventos deportivos modernos, está en juego una enorme cantidad de dinero para los atletas, sus patrocinadores corporativos y los organizadores. En combinación con la promoción tóxica del nacionalismo, ahora se ejercen enormes presiones sobre los atletas para que compitan pese a estar enfermos con COVID, independientemente de los peligros para ellos y para los demás.
Aquellos que organizaron los Juegos Olímpicos de París sabían muy bien que ocurriría algo horrible como el colapso de Lyles, pero de todos modos procedieron con una indiferencia temeraria. Resumiendo el cruel desprecio por la salud de los atletas, la directora ejecutiva del Comité Olímpico y Paralímpico de los Estados Unidos, Sarah Hirshland, declaró: “Sabemos que no todos van a superar los juegos de manera saludable”.
De hecho, los Juegos Olímpicos de París se han convertido rápidamente en un evento súper propagador, ya que 11.000 atletas y millones de aficionados han viajado sin mascarillas a la capital francesa desde todos los rincones del mundo, creando una placa de Petri metropolitana de diferentes variantes del SARS-CoV-2. Lyles es uno de los casi 50 atletas con infecciones confirmadas por COVID, aunque el número real es sin duda mucho mayor.
El hecho de que el hombre vivo más rápido del mundo fuera abatido y requiriera asistencia médica subraya que el COVID-19 sigue siendo un riesgo significativo para la salud de todo el mundo. Es una condena para toda la propaganda que retrata al COVID-19 como “leve” y comparable a la gripe o el resfriado común.
Lyles ha sufrido asma toda su vida y, por lo tanto, corre un mayor riesgo de desarrollar una infección grave y potencialmente COVID persistente, algo que no se ha informado en los medios corporativos. De hecho, tiene suerte de estar vivo, ya que el ejercicio extenuante mientras se está enfermo de COVID, especialmente cuando sufre de asma, lo coloca en un riesgo elevado de insuficiencia respiratoria o paro cardíaco.
Otros atletas olímpicos que han dado positivo por COVID han tenido ataques similares. Comentando sobre su propia infección, el nadador británico Adam Peaty declaró: “desde que contraje COVID la semana pasada, todos los días me despierto con algo diferente. Probablemente sea la peor semana de mi vida en términos de mi cuerpo, y eso no es una exageración”.
Al igual que Lyles, la saltadora de longitud alemana Malaika Mihambo tuvo que ser sacada de la pista en silla de ruedas después de sufrir una terrible tos. La única diferencia es que la infección por COVID de Mihambo fue hace dos meses, lo que indica que su tos es un síntoma de COVID persistente.
Otros atletas olímpicos, incluido el velocista samoano estadounidense Nathan Crumpton y el exremero británico Oonagh Cousins, se han visto completamente incapacitados debido al COVID persistente.
Un estudio de 2024 sobre atletas de élite alemanes y una encuesta de 2023 de nadadores de élite señalaron que el COVID obstaculizó su rendimiento en las primeras semanas después de la infección, con síntomas como dolores de cabeza, tos, fiebre y dolor de garganta. Aproximadamente el 10 por ciento de los atletas desarrollaron dificultades prolongadas con la concentración y caídas en su rendimiento.
La respuesta de los medios de comunicación y las autoridades al colapso de Lyles y la revelación de que contrajo COVID no es nada menos que criminal. Afirmando que simplemente estaba “siguiendo protocolos”, ni un solo periodista ha cuestionado la validez de estos protocolos. En cambio, alientan a las personas a tomar riesgos increíbles, poniendo en peligro su propia salud y la de muchos otros.
Esta misma criminalidad impregna toda la respuesta capitalista a la pandemia, que ha subordinado la salud pública al lucro privado. Hay casi un apagón completo en los medios burgueses sobre el estado real de la pandemia, sin casi reportes sobre el crecimiento la ola global de infecciones y el creciente costo social del COVID persistente.
Los Gobiernos capitalistas de todo el mundo han impuesto la política de “COVID para siempre” a la sociedad global, en la que todos sufrirán reinfecciones con COVID-19 al menos una vez al año, ad infinitum .
Múltiples estudios han demostrado que cada reinfección agrava las posibilidades de desarrollar COVID persistente sintomático, mientras que incluso las infecciones asintomáticas pueden causar daños a largo plazo en el cuerpo, lo que predispone a ataques cardíacos, diabetes, trastornos neurológicos y más.
Esta política social demente tiene que parar. Debe haber una campaña decidida y científica para salvar vidas y proteger la salud de la población.
Existen métodos científicos para poner fin a la pandemia, asegurando que todos los espacios públicos interiores estén equipados con filtros HEPA, tecnología Far-UVC, monitores de dióxido de carbono y otras medidas para detener la propagación de COVID-19. Pero los recursos necesarios para llevar a cabo esta estrategia de eliminación global están siendo acaparados por una pequeña oligarquía financiera que es hostil a la clase trabajadora.
El colapso de Noah Lyles es una manifestación muy visible de la horrible verdad básica de que se están sacrificando vidas humanas en pro de los intereses corporativos. Existe una profunda conexión entre este deportista olímpico que colapsa en un evento deportivo y un trabajador que sufre un infarto post-COVID en una fábrica o un profesor que se enferma en un aula. Todos los días, los trabajadores son enviados a condiciones que amenazan su vida para mantener la producción capitalista y el flujo de ganancias.
La lucha contra la pandemia solo avanzará en la medida en que la clase trabajadora internacional esté informada de los peligros a los que se enfrenta y de la ciencia de la pandemia en general, incluido lo que se debe hacer para eliminar el virus a nivel mundial. Esta lucha por un programa socialista de salud pública es un componente crítico de la construcción de un movimiento socialista en la clase trabajadora, el único medio de detener el descenso moderno a la barbarie capitalista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 9 de agosto de 2024)