La decisión de Donald Trump la semana pasada de nominar al ex boina verde y agente de la CIA, Ronald Johnson, como embajador de México ha puesto de relieve las amenazas del presidente fascistizante entrante de una agresión militar y económica contra el vecino sureño y principal socio comercial de Estados Unidos.
El la red social X, Trump presumió sobre la carrera militar y de inteligencia de Johnson y señaló: “¡Juntos, pondremos fin al crimen migrante, detendremos el tráfico ilegal de fentanilo y otras drogas peligrosas a nuestro país y HAREMOS A ESTADOS UNIDOS SEGURO DE NUEVO!”.
La nominación de Johnson sirve como una seria advertencia. Deja claro que las amenazas de operaciones militares y una guerra arancelaria temeraria contra México no son palabras vacías y tienen como objetivo mucho más que frenar la llegada de migrantes y fentanilo. El imperialismo estadounidense está recurriendo a sus métodos más brutales del siglo XX para recolonizar América Latina y aplastar la oposición en la clase trabajadora.
Su nominación a una de las posiciones más influyentes en la política exterior de los Estados Unidos en todo el hemisferio se produce cuando “América Latina está a punto de convertirse en una prioridad de la política exterior de los Estados Unidos”, como señaló Foreign Affairs.
La revista destaca la nominación del senador de Florida, Marco Rubio, como secretario de Estado. Rubio es hijo de inmigrantes cubanos y durante mucho tiempo ha abogado por sanciones económicas devastadoras, golpes de Estado e invasiones militares contra Gobiernos latinoamericanos que no obedezcan la línea del imperialismo estadounidense.
Rubio calificó a Andrés Manuel López Obrador, predecesor y mentor de la actual presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, de “mal aliado” por “entregar gran parte de su territorio nacional a narcotraficantes” y por ser apologista de los Gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. El año pasado, Rubio respaldó los planes para una intervención militar en México, ostensiblemente contra los cárteles de la droga, siempre y cuando se coordinara con las fuerzas armadas y la policía mexicanas.
Trump también nominó como asesor de seguridad nacional a Mike Waltz, otro ex boina verde que introdujo un proyecto de ley el año pasado para autorizar el uso de la fuerza militar contra los cárteles mexicanos, una política también respaldada por el vicepresidente entrante JD Vance, un veterano del Cuerpo de Marines.
Sheinbaum interpretó claramente la nominación de Johnson como una amenaza, declarando a la mañana siguiente en relación con el candidato: “Los mexicanos deben tener la certeza de que nosotros siempre vamos a defender a México como un país libre, soberano e independiente… Vamos a colaborar, vamos a coordinarnos, pero sin subordinarnos”.
Después de alcanzar el rango de capitán de Fuerzas Especiales en la década de 1970, Johnson comenzó su carrera militar activa como comandante de un destacamento en Panamá en 1984. Fue seleccionado como el primer oficial de las Fuerzas Especiales en ser entrenado como agente de la CIA a través de una beca de la Escuela de Guerra del Ejército, lo que lo llevó a convertirse en un enlace clave entre el aparato de inteligencia y el Comando Sur, que supervisa las operaciones del Pentágono en América Central y del Sur.
Según su biografía del Centro y Escuela de Fuerzas Especiales John F. Kennedy, “Dirigió operaciones de combate en El Salvador como uno de los 55 asesores militares autorizados durante la guerra civil en la década de 1980”.
Entre 1980 y 1992, una serie de dictaduras fascistas-militares fueron responsables de matar a decenas de miles, en su mayoría civiles, como parte de una guerra genocida contra la guerrilla izquierdista Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). En esa década, Estados Unidos patrocinó la expansión del ejército salvadoreño a un tamaño cinco veces mayor y dirigió sus operaciones a través de “asesores” como Johnson.
El embajador entrante está implicado en algunos de los peores crímenes de guerra cometidos en América Latina durante el siglo XX.
Como una indicación del papel de las fuerzas estadounidenses en El Salvador durante la década de 1980 y el encubrimiento culpable por parte del Pentágono, no fue hasta 2021 que se reveló que un asesor militar estadounidense, el sargento mayor Allen Bruce Hazelwood, estuvo presente durante la masacre de El Mozote de diciembre de 1981, cuando el Batallón Atlacatl entrenado por Estados Unidos masacró a 978 campesinos desarmados, incluidos 533 niños (248 menores de seis años). Los bebés fueron arrojados como práctica de tiro en la sería la mayor masacre de América Latina en el siglo XX.
El límite de 55 “asesores” fue implementado (de manera muy flexible) por Ronald Reagan en agosto de 1983, poco antes de que Johnson comenzara su servicio activo a tiempo completo.
En ese momento, la oposición a la participación de Estados Unidos en las atrocidades en El Salvador estaba creciendo, a medida que se conocían los detalles. Una encuesta de Gallup en marzo de 1981 mostró que el 80 por ciento de los estadounidenses se oponían a enviar asesores como Johnson, aunque jugarían un papel clave en los años siguientes.
Un informe del periodista Ambrose Evans-Pritchard para el semanario británico de derecha The Spectator, citado por Noam Chomsky durante un discurso a principios de 1986, señala una “mejora” en El Salvador:
“Los números han bajado y los cuerpos son arrojados discretamente por la noche en medio del lago Ilopango y rara vez llegan a la orilla para recordarles a los bañistas que la represión aún continúa... Los escuadrones de la muerte hicieron exactamente lo que se suponía que debían hacer: decapitaron a los sindicatos y las organizaciones de masas que parecían amenazar con desencadenar una insurrección urbana a principios de la década”, y ahora, siguiendo las instrucciones de sus asesores militares estadounidenses, el ejército, en efecto, un ejército patrocinado por EE.UU., está siguiendo la táctica clásica implementada por Estados Unidos en su exitosa destrucción de la resistencia survietnamita: “ expulsar a los civiles de las zonas y dejar a las guerrillas aisladas de su estructura de apoyo...”. Los campesinos huyen de los ataques aéreos con bombas de 500 libras y bombas de fragmentación que “disparan metralla en todas direcciones”, y luego, “las tropas atraviesan sus aldeas, quemando cultivos, matando ganado, derribando casas, rompiendo tuberías de agua e incluso plantando horribles trampas explosivas en las ruinas que dejan atrás. El ejército, continúa Evans Pritchard, “aprendió sus trucos en las escuelas de contrainsurgencia estadounidenses en Panamá y Estados Unidos. ‘Aprendimos de ustedes’, le dijo una vez un miembro de un escuadrón de la muerte a un periodista estadounidense, ‘aprendimos de ustedes los métodos, como sopletes en las axilas, disparos en las bolas’. Y los presos políticos a menudo insisten en que fueron torturados por extranjeros, algunos argentinos, otros tal vez estadounidenses”.
Con la CIA, Johnson se unió más tarde al desmembramiento imperialista de Yugoslavia en la década de 1990, en operaciones para capturar a presuntos criminales de guerra buscados por el Gobierno estadounidense. Dirigiría varios departamentos durante sus dos décadas en la agencia.
Trump lo nombró por primera vez como embajador en El Salvador en 2019, con la tarea principal de alejar al presidente fascistizante Nayib Bukele de China, a cambio de respaldar los pasos del salvadoreño para instalar una dictadura personalista.
El 9 de febrero de 2020, Bukele invadió el Congreso salvadoreño con tropas armadas, exigiendo a punta de pistola la aprobación de un préstamo de seguridad estadounidense. Una vez dentro, se sentó en la silla del presidente legislativo, dirigió una oración y salió a reunirse con sus partidarios. Mientras la multitud pedía la cabeza de los miembros de la oposición, Bukele dijo: “si quisiéramos presionar el botón, solo tendríamos que presionarlo”.
Como el individuo más experimentado en tales conspiraciones antidemocráticas en ese momento, por no hablar de la tarea de poner ayuda militar en manos de las tropas salvadoreñas, Johnson fue un participante tanto entre bastidores como públicamente. Bukele convocó por primera vez la sesión extraordinaria del Congreso sobre el préstamo durante una conferencia de prensa con Johnson el 6 de febrero.
El Departamento de Estado en ese momento negó tener conocimiento previo del ataque, pero reconoció a El Faro: “El Embajador Johnson aceptó una invitación personal del Presidente Bukele para reunirse con él y la Primera Dama en la noche del 9 de febrero”, después de la invasión. El Faro también informó, citando a un testigo directo, que Johnson se reunió en privado con el secretario privado, el secretario legal y el jefe de personal de Bukele en una casa privada esa noche para discutir lo trascendido.
No fue hasta el día siguiente que Johnson hizo una declaración pública, escribiendo mansamente: “No apruebo la presencia de la Fuerza Armada en la Asamblea de El Salvador”, antes de elogiar los llamamientos de Bukele a la “paciencia y la prudencia”. Durante una reunión el 11 de febrero entre el gabinete de Bukele y diplomáticos extranjeros, Johnson habría intervenido para frenar las recriminaciones sobre el ataque al Congreso, declarando: “No quiero hablar sobre ayer, quiero hablar sobre mañana. Gracias”.
En los meses siguientes, Bukele y Johnson publicaron fotos de sí mismos cenando y vacacionando juntos. También colaboraron estrechamente para sacrificar a decenas de miles de salvadoreños ante el COVID-19 para reabrir la economía.
Los lazos de Bukele con Trump directamente solo se han fortalecido desde que San Salvador inició un estado de excepción continuo en marzo de 2022, desplegando a los militares a nivel nacional, declarando la ley marcial y arrestando a casi el 2 por ciento de la población como parte de su “guerra contra las pandillas”. Hay innumerables informes de personas desaparecidas, torturadas y asesinadas bajo custodia.
Las amenazas de Trump contra México y la nominación de Johnson fueron facilitadas por las políticas del Gobierno de Biden, que financió a grupos opositores y llevó a cabo numerosas otras provocaciones contra México.
Incluso el derechista Universal reconoció: “En un momento en el que la relación entre [el embajador estadounidense saliente] Ken Salazar y el gobierno de México había llegado a su peor momento con críticas abiertas de este último a la política de ‘abrazos no balazos’ del gobierno mexicano y una ‘negación de la realidad’ de la ola de violencia que vive en el país, Trump dio un giro de timón al nominar a este exmilitar estadounidense”, a quien el periódico describió como un “Rambo “.
Al mismo tiempo, López Obrador y Sheinbaum se han rendido ante el imperialismo estadounidense en todas las cuestiones importantes. El propio Trump declaró en la campaña electoral que su “amigo” AMLO le había dado “todo lo que quería”.
Sheinbaum espera que la colaboración mediante el despliegue de tropas mexicanas para detener a cientos de miles de migrantes, al tiempo que impone aranceles a los productos chinos y bloquea las inversiones chinas, apacigüe a Trump. Pero estas medidas solo alentarán al imperialismo estadounidense a ejercer un control aún más directo sobre sus intereses estratégicos en México y la región.
El imperialismo estadounidense ve en México, con sus fuerzas militares y frontera compartida de 3.185 km, un bastión militar, industrial y mineral necesario para enfrentar a sus rivales geopolíticos, principalmente China y Rusia, y cualquier desafío revolucionario de las masas obreras en América Latina. Como escribió el revolucionario ruso León Trotsky durante su exilio en México en 1938, América Latina “para Estados Unidos es lo que Austria y los Sudetes fueron para Hitler”.
El World Socialist Web Site ha explicado que las afirmaciones de Trump de que Estados Unidos se enfrenta a una “invasión” de migrantes, a quienes describe como convictos violentos y “terroristas”, no son solo retórica, “sino que pretender ser una justificación legal y constitucional de todas y cada una de las acciones represivas emprendidas por la nueva Administración”.
Estas políticas represivas están dirigidas contra la clase trabajadora y la juventud, inmigrante o no, en los Estados Unidos, México, Canadá y las Américas, que solo pueden combatir la amenaza del fascismo y la opresión imperialista uniéndose políticamente contra las élites capitalistas dominantes en todas partes para emprender la revolución socialista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 17 de diciembre de 2024)