El viernes, el mundo superó la sombría línea de las 100.000 muertes por la pandemia COVID-19. Con más de 18.700 de estas, Estados Unidos tiene ahora más muertes por coronavirus que cualquier otro país, superando a Italia y España.
Por primera vez, más de 2.000 personas murieron el viernes en los Estados Unidos. En Nueva York, docenas de cadáveres son enterrados cada día en fosas comunes no marcadas en la isla Hart del Bronx. Los camiones refrigerados tienen cuerpos apilados en las afueras de los hospitales de la ciudad.
El hospital Sinaí Grace de Detroit se está quedando sin bolsas para cadáveres. “Las tres neveras están llenas”, dijo el enfermero Jeff Eichenlaub al Detroit News. “La morgue y la sala de observación junto a la morgue están llenas, y ahora mismo estamos llevando los cuerpos al laboratorio del sueño para almacenarlos”.
El virus está comenzando a propagarse más rápidamente en los estados lejos de los centros iniciales, incluyendo Massachusetts (2.033 nuevos casos ayer); Pensilvania (1.795 nuevos casos); Illinois (1.465 nuevos casos) y Florida (1.142 nuevos casos). Está comenzando a trasladarse a las zonas rurales, que en muchos casos carecen de instalaciones para tratar a los que se enferman.
Sin embargo, en el transcurso de esta semana, con casi 2.000 nuevas muertes cada día, un inquietante giro en la narrativa de los medios de comunicación comenzó a tomar forma. Aunque la semana comenzó con sombrías advertencias sobre el desastre que se avecinaba, llegó a su fin con innumerables artículos centrados en los supuestos “destellos de esperanza” y la “luz al final del túnel”.
Este cambio en la narrativa se está utilizando para justificar las demandas de un regreso prematuro al trabajo. El defensor más abierto de esto es el presidente Donald Trump, quien ha usado sus reuniones diarias con la prensa para abogar por que Estados Unidos “abra con un Big Bang”.
Los científicos de los Estados Unidos y de todo el mundo han advertido sobre no abrir prematuramente las empresas y los lugares de trabajo. El viernes, el New York Times informó que las propias cifras internas de la Administración de Trump declaran que un repliegue temprano de las medidas de distanciamiento social llevará a la muerte de aproximadamente 140.000 personas.
“Si la Administración levantara las órdenes de 30 días de permanencia en el hogar, se estima que el total de muertes llegará a 200.000, incluso si las escuelas permanecen cerradas hasta el verano”, señaló el Times. Esto contrasta con las estimaciones actuales del Gobierno de 60.400 muertes si se mantienen las restricciones actuales hasta finales de mayo.
No hay ni un solo científico, médico o epidemiólogo creíble que afirme que la pandemia está bajo control en los Estados Unidos. Los científicos han advertido que los Estados Unidos carecen de la infraestructura sanitaria necesaria para contener la pandemia si se levantaran las medidas de distanciamiento social. En los Estados Unidos sólo se están realizando pruebas a los que presentan los síntomas más graves, y en la mayor parte del país no existen medidas sistemáticas de cuarentena y rastreo de contactos.
De hecho, la Administración de Trump está tomando pasos hacia recortar las pruebas, disminuyendo esta semana los fondos federales para las instalaciones de conducción de pruebas, lo que ha llevado a algunas de ellas a cerrar.
¿Qué significará el regreso al trabajo? El objetivo de la Administración de Trump y de la clase dirigente estadounidense en su conjunto es “normalizar” la pandemia, es decir, aclimatar a la población al hecho de que un gran número de personas morirán durante algún tiempo. Se supone que los trabajadores deben aceptarlo como algo inevitable, con el número de muertes atrayendo cada vez menos atención en las noticias.
Hay una lógica de clase profundamente siniestra detrás de esta demanda. Los trabajadores deben ser tratados como prescindibles. Si mueren, es solo un costo más de hacer negocios, y aquellos que sucumban pueden ser reemplazados.
En términos prácticos, significa que los trabajadores que se nieguen a trabajar corren el riesgo de ser despedidos, haciéndolos inelegibles para el seguro de desempleo. El desempleo masivo —con 16,8 millones de solicitudes de beneficios por desempleo en solo las últimas tres semanas— será utilizado como un garrote para forzarlos a arriesgar sus vidas regresando a trabaar. Las corporaciones, que antes de la pandemia se enfrentaban a una escasez de mano de obra, tendrán una vez más el látigo en la mano para disciplinar a la fuerza de trabajo.
En la medida en que la pandemia mate desproporcionadamente a los más viejos y vulnerables, esto significará que se desviarán menos recursos sociales al cuidado de los ancianos y los enfermos y que, en cambio, podrán utilizarse para financiar la recompra de acciones y el pago de dividendos.
La demanda de una pronta reincorporación al trabajo es la continuación de la política de “negligencia maligna” llevada a cabo por la clase dirigente desde el comienzo de la pandemia.
Trump inicialmente le restó importancia a la pandemia, presentándola como un enemigo externo que se podría combatir con prohibiciones de viaje. Estados Unidos no buscó realizar pruebas seriamente durante meses. No fue hasta después de que surgieran horribles informes, primero de Italia y luego de Washington y Nueva York, que los Gobiernos estatales y finalmente la Casa Blanca se vieron obligados, en medio de las presiones populares y de las huelgas espontáneas de los trabajadores, a implementar un distanciamiento social generalizado.
A medida que la pandemia se extendía, la clase gobernante utilizó la atmósfera de crisis para implementar, sobre una base unánimemente bipartidista, la mayor transferencia de riqueza a la oligarquía corporativa y financiera de la historia. El rescate de Wall Street por parte del Tesoro y la Reserva Federal, incluyendo un programa adicional de 2,3 billones de dólares anunciado ayer, supera con creces lo que se hizo después de la crisis de 2008. Esta vez, fue orquestado en cuestión de días.
Mientras este saqueo a escala masiva se llevaba a cabo, la campaña para volver al trabajo comenzó casi de inmediato. Y no fue solo la Administración de Trump que la impulsó. De hecho, la campaña fue iniciada por el New York Times, alineado con el Partido Demócrata, cuyo columnista Thomas Friedman advirtió sobre “una cura —incluso por un corto período— peor que la enfermedad”.
Y lo que está sucediendo en Estados Unidos se repite en toda Europa occidental. El Gobierno austriaco ha anunciado planes para volver a trabajar la semana que viene, mientras que España pretende reabrir las plantas automotrices el 20 de abril.
El Comité Nacional del Partido Socialista de la Igualdad escribió en su declaración del 17 de marzo: “Se oponen los intereses irreconciliables de dos clases antagonistas. Para los capitalistas, es una cuestión de asegurar sus intereses de lucro y garantizar que su propiedad y riqueza permanezcan intactas. Ninguna medida puede afectar sus intereses. La clase obrera está preocupada por los intereses de la humanidad, partiendo de las necesidades sociales, no el lucro privado”.
¡El Partido Socialista de la Igualdad insiste en que no se debe volver a trabajar en condiciones inseguras! Durante la ola de huelgas que ha surgido en todas las industrias, las demandas de los trabajadores por condiciones de trabajo seguras, la provisión de equipos de protección y el cierre de la producción no esencial han correspondido con las demandas de los científicos por medidas para contener la pandemia.
Todos los trabajadores afectados por la crisis deben recibir ingresos completos, y debe haber una cancelación inmediata de los pagos de hipotecas, deudas y servicios públicos.
La pandemia de COVID-19 todavía puede ser contenida y erradicada a través de una inversión masiva en la salud. ¡Cientos de miles o incluso millones de vidas en todo el mundo pueden ser salvadas!
Los billones entregados a Wall Street deben ser cancelados. En su lugar, debe iniciarse un programa masivo de obras públicas para construir una infraestructura médica de emergencia, producir equipos médicos que salven vidas y crear los sistemas de pruebas y rastreo de contactos a gran escala que son esenciales para detener el COVID-19.
La realización de estas demandas requiere la conquista del poder político por parte de la clase trabajadora, apoyada por todas las fuerzas progresistas de la sociedad, en los Estados Unidos y en todos los países. La vida social y económica debe ser reorganizada en base a la necesidad social, no al lucro privado. La alternativa a la que se enfrenta la humanidad es el capitalismo y la muerte, o el socialismo y la vida.
(Publicado originalmente en inglés el 11 de abril de 2020)
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