La invasión rusa de Ucrania ha agitado el espectro de una guerra nuclear y está asumiendo un carácter cada vez más violento y sangriento. Incluso si uno deja de lado las acusaciones dudosas e inventadas de los brazos de propaganda de EE.UU. y la OTAN —como el reporte de que las fuerzas rusas atacaron un hospital materno en la ciudad portuaria de Mariúpol al sur de Ucrania—, la violencia desatada por las guerras no solo conduce inevitablemente a incidentes trágicos sino también amenaza con convertirse en una catástrofe humanitaria de plena escala.
Muchos civiles, incluso niños, están muriendo. Millones se han visto obligados a huir y se estiman miles de bajas de soldados rusos. Es una guerra librada por un régimen que gobierna a instancias de una oligarquía capitalista corrupta, cuya riqueza se basa en el robo de activos estatales después de la disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991. El hecho de que Putin haya justificado la invasión denunciando los principios democráticos sobre los cuales Lenin y el Gobierno bolchevique establecieron la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas en 1922 rinde testimonio del carácter históricamente retrógrado y reaccionario de su régimen y de la propia guerra.
El ataque a Ucrania, junto a su impacto devastador en la población civil, debe ser condenado. Las afirmaciones de Putin de estar actuando en defensa de Rusia son incompatibles con los principios socialistas, que anteponen la solidaridad de clase internacional a las afirmaciones reaccionarias de defensa nacional, y son desmentidas por los hechos. Rusia está más aislada que nunca y las consecuencias de la guerra amenazan con empobrecer al pueblo obrero ruso.
Pero esta condena socialista no tiene nada en común con las denuncias engañosas e hipócritas que emanan del vasto aparato de propaganda de los países imperialistas, que encubren el papel central desempeñado por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN en la instigación deliberada de la guerra. La narrativa de los medios de comunicación, que presentan la invasión como una acción no provocada, es una invención que oculta las acciones agresivas de las potencias de la OTAN, en particular de Estados Unidos, y sus títeres en el Gobierno ucraniano.
Las temerarias provocaciones del imperialismo estadounidense y la guerra entre Ucrania y Rusia solo pueden entenderse contra el trasfondo de la disolución de la Unión Soviética por parte de la burocracia soviética en 1991. Lejos de abrir un periodo de “paz y prosperidad” bajo el capitalismo, el colapso del estalinismo marcó una nueva etapa en la crisis del imperialismo mundial. Le siguió la “erupción volcánica del imperialismo estadounidense” que León Trotsky había predicho en 1934.
En Europa y Asia, Estados Unidos siguió una estrategia destinada a cercar y subyugar Rusia. Violando directamente sus promesas anteriores, que la burocracia soviética y la oligarquía rusa fueron lo suficientemente crédulas como para aceptar, la OTAN se ha ampliado para incluir a casi todos los principales países de Europa del este, aparte de Ucrania y Bielorrusia.
En 2014, EE.UU. orquestó un golpe de Estado de extrema derecha en Kiev que derrocó un gobierno prorruso que se había opuesto a la adhesión de Ucrania a la OTAN. En 2018, EE.UU. adoptó oficialmente una estrategia de preparación para un “conflicto de grandes potencias” con Rusia y China. En 2019, se retiró unilateralmente del Tratado INF (por sus siglas en inglés), que prohibía el despliegue de misiles nucleares de alcance intermedio. Los preparativos para la guerra con Rusia y el envío de armas a Ucrania protagonizaron el primer juicio político de los demócratas contra Donald Trump en 2019.
Durante el último pasado, a raíz del intento de golpe fascista del 6 de enero de 2021, la Administración de Biden escaló imprudentemente las provocaciones contra Rusia.
La clave para entender esto es la Carta de Asociación Estratégica entre Estados Unidos y Ucrania, firmada por el secretario de Estado estadounidense Antony Blinken y el ministro de Asuntos Exteriores ucraniano Dmytró Kuleba el 10 de noviembre de 2021.
Prescindiendo del habitual lenguaje cauteloso de la diplomacia, la Carta utiliza los términos de una alianza militar ofensiva. Se comprometía a “hacer que Rusia rinda cuentas” por “la agresión y las violaciones del derecho internacional” y “su continuo comportamiento maligno”.
La Carta respaldaba la estrategia militar de Kiev de marzo de 2021, que proclamaba explícitamente el objetivo militar de “retomar” Crimea y el Dombás, controlado por los separatistas, y desestimaba así los Acuerdos de Minsk de 2015, que eran el marco oficial para resolver el conflicto en el este de Ucrania.
Estados Unidos declaró que “nunca reconocerá el intento de anexión de Crimea por parte de Rusia” y que “tiene la intención de apoyar el esfuerzo de Ucrania para contrarrestar la agresión armada”, incluso con “sanciones” y “otras medidas pertinentes hasta la restauración de la plena integridad territorial de Ucrania”.
Washington también respaldó explícitamente “los esfuerzos de Ucrania por sacarle el máximo provecho a su estatus de Socio de Oportunidades Mejoradas de la OTAN para promover la interoperabilidad”, es decir, su integración en las estructuras de mando militar de la OTAN.
La no pertenencia de Ucrania a la OTAN es y era, a todos los efectos, una ficción. Al mismo tiempo, las potencias de la OTAN aprovecharon el hecho de que Ucrania no es oficialmente un miembro como una oportunidad para avivar un conflicto con Rusia que no se convertiría inmediatamente en una guerra mundial.
Estados Unidos era plenamente consciente de que las fuerzas fascistas de Ucrania desempeñarían el papel principal de tropas de choque tanto contra el ejército ruso como contra la oposición de la población.
Un pasaje del documento dice: “Estados Unidos y Ucrania tienen la intención de seguir cooperando estrechamente para promover el recuerdo, incluyendo una mayor conciencia pública del Holodomor de 1932-1933 en Ucrania, y otras brutalidades cometidas dentro y contra Ucrania en el pasado”.
Sin embargo, no se menciona el Holocausto, que se cobró la vida de 1,5 millones de judíos ucranianos, ni los crímenes de los fascistas ucranianos, que colaboraron con los ocupantes nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN-B) y el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) masacraron a decenas de miles de judíos y polacos, así como a opositores ucranianos al fascismo, durante la guerra y en su período inmediatamente posterior.
Sus descendientes, desde el fascista Partido Svoboda hasta el neonazi Batallón Azov, están ahora profundamente integrados en el Estado y el ejército ucranianos y están siendo fuertemente dotados de armas de la OTAN.
Corresponderá a los historiadores descubrir qué promesas recibió la oligarquía ucraniana de Washington a cambio de su promesa de convertir el país en un mortal campo de batalla y una plataforma de lanzamiento para la guerra con Rusia. Pero una cosa está clara: era imposible para el Kremlin y el Estado Mayor ruso leer este documento y no interpretarlo como el anuncio de una guerra inminente.
A lo largo de 2021 y en las semanas inmediatamente anteriores a la invasión, el presidente ruso Vladímir Putin advirtió en repetidas ocasiones que la integración de Ucrania en la OTAN y su armamento por parte de las potencias occidentales constituían una “línea roja” para Rusia, y exigió “garantías de seguridad” a Estados Unidos y la OTAN.
Sin embargo, EE.UU. desestimó arrogantemente todas estas declaraciones, y la OTAN organizó un ejercicio militar de gran envergadura en las fronteras de Rusia tras otro, incluidos los ejercicios masivos Defender 2021 en mayo y la operación Sea Breeze en el mar Negro en junio y julio. Por último, en las semanas que precedieron a la guerra, mientras advertía constantemente de una inminente invasión rusa, la Administración de Biden no hizo ningún intento diplomático para evitarla y, en cambio, hizo todo lo posible para provocarla.
Acorralado, el régimen de Putin calculó que, con la invasión de Ucrania, podría revertir de alguna manera el cerco de Rusia desde 1991 y llegar a un acuerdo con el imperialismo. Se trata de la respuesta al imperialismo de una clase históricamente en bancarrota que es la heredera de todo lo que es reaccionario en la historia rusa, desde el zarismo hasta la reacción estalinista contra la revolución socialista de octubre de 1917.
Las siniestras provocaciones de EE.UU. y la OTAN, que han desembocado en la invasión de Ucrania por parte de Rusia, han creado una situación políticamente de pesadilla que puede escalar hasta convertirse en una guerra nuclear de plena escala. E incluso si se improvisara algún tipo de alto el fuego, no será más que un interludio antes de otra erupción de violencia.
Solo una fuerza puede detener el impulso hacia el desastre: la lucha unida de la clase obrera internacional contra el militarismo imperialista, el sistema históricamente obsoleto de Estados nación que divide al mundo en campos hostiles, y el sistema capitalista que, en su implacable afán de lucro, conduce a la humanidad hacia la destrucción.
El primer párrafo de esta perspectiva fue modificado para incorporar nueva información que pone en duda las afirmaciones del Gobierno ucraniano de que el edificio destruido en Mariúpol era, de hecho, un hospital de maternidad.
(Publicado originalmente en inglés el 10 de marzo de 2022)