La caída del Presidente peruano de pseudoizquierda Pedro Castillo, destituido y detenido hace una semana, es un acontecimiento político con profundas implicaciones para América Latina.
En el año y medio que ha permanecido en el cargo, el ex profesor y sindicalista peruano se ha enfrentado a un esfuerzo sostenido de la oposición de extrema derecha para desalojarlo ilegalmente del poder.
Castillo perdió rápidamente todo apoyo popular aplicando las mismas políticas procapitalistas que había prometido combatir y desatando una brutal represión contra las crecientes luchas de la clase obrera.
Como todas las medidas reaccionarias que Castillo tomó para ganarse el apoyo de la clase dominante peruana, los militares y las potencias imperialistas, su último acto de desesperación —pedir la disolución del Congreso y el establecimiento de un estado de excepción— jugó a favor de la extrema derecha que conspiraba contra su gobierno.
La destitución y detención de Castillo, junto con el nombramiento de su vicepresidenta, Dina Boluarte, como presidenta de Perú, fueron promulgados a la velocidad del rayo por un Congreso que tiene un índice de aprobación popular aún más bajo que el del presidente depuesto. Sin embargo, sus decisiones fueron rápidamente respaldadas por la Unión Europea y Washington.
El afán de las potencias imperialistas por respaldar a Boluarte está motivado principalmente por el temor a que el proceso de transferencia de poder totalmente a espaldas de la población peruana desencadene una explosión social en el país con el potencial de extenderse por toda la región.
Estos esfuerzos contrarrevolucionarios del imperialismo contaron con el respaldo inmediato del recién elegido presidente de Brasil, Luís Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT).
El miércoles 7 de diciembre por la noche, Lula publicó una carta apoyando la destitución de Castillo y asegurando que 'todo se llevó a cabo dentro del marco constitucional'. Presentando el episodio como una lección para América del Sur, el líder brasileño saludó a Boluarte y le deseó 'éxito en su tarea de reconciliar al país y conducirlo por el camino del desarrollo y de la paz social.'
La posición adoptada por Lula, que busca desesperadamente el apoyo de las potencias imperialistas y de la clase dominante reaccionaria de su propio país, difería de la de otros líderes latinoamericanos, que guardaron silencio o defendieron abiertamente a Castillo.
La actitud de Lula ante la crisis peruana marca una ruptura ostensible con la política diplomática seguida en sus anteriores mandatos como presidente de Brasil, entre 2003 y 2010. Entonces, el ex sindicalista brasileño pertenecía a un grupo de gobiernos nacionales burgueses de América Latina, la llamada 'Marea Rosa', que buscaba presentarse como una alternativa viable a la miseria capitalista y a la opresión imperialista que históricamente dominaron la región.
En 2008, junto a figuras como Hugo Chávez de Venezuela, Néstor Kirchner de Argentina y Evo Morales de Bolivia, Lula fundó la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). El supuesto objetivo de esta iniciativa era forjar un bloque económico, político y militar que permitiera un desarrollo sin precedentes del continente oprimido.
En una supuesta muestra de independencia del imperialismo estadounidense, los países sudamericanos respondieron conjuntamente a la insurrección policial contra Rafael Correa en Ecuador en 2010. En una reunión de emergencia convocada el mismo día de los hechos, UNASUR condenó el intento de golpe de Estado en Ecuador y aprobó una resolución para prevenir futuros intentos golpistas en el continente.
En una década, el proyecto de UNASUR naufragó por completo, junto a la crisis de los gobiernos de la Marea Rosa y sus pretensiones de una vía latinoamericana alternativa al socialismo.
Aunque Lula promete en su nuevo programa de gobierno que retomará los esfuerzos por la 'integración sudamericana, latinoamericana y caribeña' y por fortalecer iniciativas como UNASUR, su respuesta a la crisis en Perú muestra una determinación por lograr un acomodo unilateral con las potencias imperialistas.
El veredicto de Lula sobre el proceso antidemocrático de la destitución de Castillo —'todo se llevó a cabo dentro del marco constitucional'— es aún más hipócrita si se tiene en cuenta su respuesta a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff del PT en 2016. El derrocamiento de Rousseff y la elevación de su vicepresidente derechista Michel Temer a la presidencia, ejecutados sobre la base de cargos inventados por un Congreso decidido a sacarla antidemocráticamente del poder, fue caracterizado por el PT como un inequívoco 'golpe de Estado'.
Castillo se enfrentó a una conspiración aún más descarada y sin escrúpulos por parte de la extrema derecha. Decidida primero a subvertir el voto popular, trabajó luego febrilmente en el Congreso para sabotear el funcionamiento básico del gobierno y destituir al presidente basándose en acusaciones absolutamente reaccionarias como 'traición a la patria'. En este caso, sin embargo, Lula afirma que así es un proceso constitucional. El éxito que le deseó a Boluarte 'en la reconciliación del país' ¡bien podría haberse dirigido a Michel Temer!
La disposición de Lula a arrojar a Castillo a los leones es una expresión de su propia tremenda debilidad política frente a condiciones análogas a las que minaron al gobierno de pseudoizquierda de Perú.
El nuevo gobierno del PT lucha por asumir el cargo mientras se enfrenta a una conspiración autoritaria del actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, apoyado por sectores de los militares. Al igual que Keiko Fujimori, derrotada por Castillo en Perú, el fascistoide Bolsonaro y su Partido Liberal se niegan a reconocer los resultados de las elecciones y exigen que el poder político se mantenga en sus manos.
El viernes pasado, Bolsonaro habló por tercera vez en público desde que se confirmó su derrota hace 40 días. Instó a sus partidarios a permanecer movilizados, haciendo hincapié en que sigue siendo 'el jefe supremo de las Fuerzas Armadas', a las que definió como 'el último obstáculo para el socialismo.' Su discurso fue seguido, tres días después, por violentas protestas en Brasilia de sus partidarios fascistas contra la certificación oficial de la victoria de Lula.
Hace un año, cuando en Perú se producían protestas de extrema derecha que exigían un golpe militar para impedir la toma de posesión de Castillo, el World Socialist Web Site escribió:
Si el gobierno de Castillo sobrevive a estos desafíos, su ascenso no significará un renacimiento de la 'Marea Rosa' latinoamericana ni una nueva era de reformas sociales, ni siquiera de carácter mínimo. Habiendo garantizado la inviolabilidad de la propiedad privada y los intereses de las transnacionales mineras, sus políticas serán dictadas por la burguesía peruana y los mercados internacionales, incluso mientras la derecha peruana y los militares preparan un golpe.
Esta advertencia, además de atestiguar la inmensa presciencia del WSWS sobre el desarrollo de la crisis política en Perú, en sus líneas generales es plenamente aplicable a la actual encrucijada política en Brasil y otros países de América Latina.
Las condiciones económicas del auge de las materias primas de principios de la década del 2000, bajo las cuales los gobiernos originales de la Marea Rosa llegaron al poder y que les permitieron adoptar un tinte político 'rosa', han sido profundamente modificadas.
Gobiernos como los de Luis Arce en Bolivia, Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y ahora Lula en Brasil, llegaron a la presidencia en medio de una explosión de oposición social a las persistentes condiciones de crisis, agravadas por la pandemia del COVID-19. Ya están desempeñando el mismo papel político criminal que Castillo: aplicando los ataques capitalistas contra la clase trabajadora, haciendo continuas concesiones a la extrema derecha y a los militares y allanando el camino para los golpes fascistas.
(Publicado originalmente en inglés el 14 de diciembre de 2022)