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Perspectiva

La “Fortaleza América” fascista de Trump

El presidente Donald Trump, a la derecha, llega para su discurso ante una sesión conjunta del Congreso en el Capitolio, Washington, 4 de marzo de 2025 [AP Photo/Mandel Ngan]

El discurso de Donald Trump ante el Congreso el martes por la noche no fue tanto un discurso de un presidente sino los desvaríos de un aspirante a führer, aunque con algo menos de decoro que un discurso de Hitler ante el Reichstag (Parlamento alemán). Fue vicioso, violento y depravado, sondeando lo más profundo de la degradación cultural y política en los Estados Unidos.

Todas la retórica que, en un período anterior, habría sido identificada con una pequeña franja fascista de la política estadounidense ha sido elevada a la cima. El gabinete de Trump compuesto por multimillonarios que personifican el régimen oligárquico se puso de pie y aplaudió cada oración, junto con los senadores y diputados republicanos, que estallaron repetidamente en cánticos de “¡USA! ¡USA!”.

Intentar diseccionar todas las mentiras que Trump dijo sería dignificar de alguna manera sus comentarios. Este no fue un discurso digno de un análisis serio. Fue una serie de gruñidos de cerdo y ladridos de perro, con las disculpas necesarias a estos inteligentes mamíferos. Fue un matrimonio grotesco de la telerrealidad con el espectáculo político. Trump sacó provecho groseramente de tragedias personales, exhibiendo a las víctimas ante las cámaras, usándolas como garrote para exigir una mayor violencia estatal contra los inmigrantes y otros sectores de la sociedad.

Detrás de todo, un tema estaba claro: el discurso de Trump fue una declaración de guerra al mundo y a la clase trabajadora por parte de una oligarquía que no se detendrá ante nada para proteger su riqueza y poder.

Trump presentó la agenda de un imperialismo estadounidense desenfrenado, que no estará obligado a respetar ninguna alianza, tratado o ley internacional. Fue un manifiesto de una clase dominante que pretende resolver su crisis económica cada vez más profunda a través de la guerra comercial y agresión militar, un camino que conduce directamente a la Tercera Guerra Mundial y al fascismo.

En el centro del nacionalismo económico de Trump se encontraban las medidas radicales de guerra comercial. Afirmó absurdamente que los nuevos aranceles masivos contra México, Canadá y China preservarían los empleos estadounidenses y bajarían los precios. En realidad, estas medidas provocarán despidos masivos e inflación. 

El corolario de la visión de Trump de una “Fortaleza América” autosuficiente es la erupción violenta del imperialismo estadounidense. Reiteró su promesa de retomar el Canal de Panamá, una amenaza explícita de intervención militar en América Latina. Declaró que México, al que llamó “el territorio inmediatamente al sur de nuestra frontera”, estaba “dominado por completo por cárteles criminales”, una justificación apenas velada para la guerra. Revivió los llamamientos para que Estados Unidos se apoderara de Groenlandia “de una forma u otra”.

Trump afirmó que su Gobierno traería “un futuro más pacífico y próspero” a Oriente Próximo, una “paz” erigida sobre los huesos de decenas de miles de personas asesinadas por Israel en Gaza, un genocidio totalmente respaldado por su predecesor y ahora llevado a su conclusión lógica por el propio Trump. 

El discurso estaba lleno de mentiras destinadas a justificar ataques históricos contra la Seguridad Social, Medicare, Medicaid y otros programas sociales, con el objetivo de empobrecer a millones mientras se reparten cientos de miles de millones en recortes de impuestos para los ricos. 

Trump criticó el supuesto “fraude” en la Seguridad Social, citando, en gran medida, ejemplos absurdos y fabricados de presuntos abusos para sentar las bases de recortes masivos de beneficios. El objetivo era claro: destripar uno de los últimos pilares restantes de las protecciones sociales en los Estados Unidos.

Al mismo tiempo, Trump se jactó de sus despidos masivos de trabajadores federales, refiriéndose a las decenas de miles de empleados del Gobierno purgados bajo sus órdenes ejecutivas como “burócratas no elegidos”. Declaró que la destrucción de empleos y medios de vida era una victoria para el “contribuyente estadounidense”, presentando los despidos masivos como parte de su campaña para “drenar el pantano”.

La ironía era inconfundible: el más “burócrata no elegido” de todos, Elon Musk, el hombre más rico del mundo, estuvo presente, con su estúpida sonrisa, mientras preside esta masacre de empleos como jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental de Trump (DOGE, por sus siglas en inglés). 

Ninguna descripción de los procedimientos estaría completa sin incluir la absoluta cobardía y complicidad del Partido Demócrata. Mientras Trump los denunciaba repetidamente, los congresistas demócratas reunidos se sentaron pasivamente en sus asientos, vistiendo camisas rosas y sosteniendo pequeños carteles para supuestamente demostrar su oposición. 

Incluso cuando uno de sus propios miembros, el legislador Al Green, fue expulsado por la fuerza de la cámara por protestar los comentarios de Trump, los demócratas no hicieron nada. El hecho de que incluso asistieran, bajo la instrucción de la dirección de su partido, fue en sí mismo una muestra de postración. 

Este espectáculo no hubiera podido ocurrir sin su colaboración. Basta con señalar que el hombre detrás de Trump, el presidente de la Cámara de Representantes Mike Johnson, se instaló con los votos demócratas el año pasado como parte de un acuerdo para financiar la guerra entre Estados Unidos y la OTAN en Ucrania. 

Millones de personas que vieron hablar a Trump se sintieron enfermas y disgustadas. Sin embargo, cualquiera que esperara que la diatriba fascista se encontrara con una respuesta seria se vio sometido a las tonterías vacías y reaccionarias de Elissa Slotkin, una don nadie elegida por la cúpula del Partido Demócrata.

Slotkin, quien comenzó proclamando sus credenciales como agente de la CIA al servicio de Bush y Obama, presentó la respuesta oficial del partido, centrando su oposición a Trump no por su asalto a los derechos democráticos ni sus ataques a los trabajadores, sino por cuestiones de política exterior, particularmente la guerra contra Rusia. (Es revelador que cuando Trump hizo referencia a los cientos de miles de millones asignados para Ucrania por la Administración anterior, los demócratas, que permanecieron en silencio durante sus diatribas contra los inmigrantes y los programas sociales, aplaudieron).

Slotkin invocó explícitamente a Ronald Reagan, el presidente que destripó los programas sociales y aumentó las amenazas de guerra nuclear contra la Unión Soviética, como un modelo a imitar. “Como niña de la Guerra Fría”, declaró, “me alegro de que Reagan estuviera en el poder en la década de 1980 y no Trump”.

Reagan, dijo Slotkin, “estaría revolcándose en su tumba”. En esto, atribuyó más relevancia al presidente muerto que al partido vivo de la “oposición”, que se arrastra sobre su vientre. Slotkin agregó que los demócratas estaban “a favor de reducir el desperdicio en programas sociales”, solo enfatizando que “no debería ser caótico”, es decir, que debería hacerse de una manera que evite una explosión social.

En cuanto a los medios de comunicación, hicieron todo lo posible para normalizar el discurso de Trump como si fuera algún tipo de discurso político legítimo. Jake Tapper de CNN se refirió a sus “momentos conmovedores”. ¿Qué se puede decir? 

El martes por la noche se reveló el submundo político en el poder: la fisonomía de la oligarquía estadounidense que gobierna la sociedad. Trump ha llegado a la cima a través de un proceso de selección, en el que su corrupción personal, el mercantilismo y la criminalidad son los rasgos más apropiados. La debilidad del Partido Demócrata refleja el hecho de que también está controlado por la misma élite financiera.

A pesar de todas sus invocaciones de una nueva “era dorada”, la renovación del “sueño americano”, los comentarios de Trump fueron, más bien, el estertor de una clase dominante que ya no puede gobernar más que a través de la violencia y la dictadura.

Aparecerá una oposición, de hecho, ya está emergiendo. La ira por los despidos masivos, la devastación social y la agenda fascista de Trump está creciendo. Debe desarrollarse en forma de un movimiento de la clase trabajadora que luche contra la dictadura, la oligarquía, el fascismo y la guerra. Estas luchas son inseparables, enraizadas en un mismo tema básico: el sistema capitalista.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 5 de marzo de 2024)