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La siguiente etapa en la crisis del estalinismo surgió en el contexto de la profunda crisis económica y política del imperialismo que jalonó la década de 1960. A lo largo de esa década y hasta aproximadamente 1975, los principales países imperialistas estaban siendo sacudidos por grandes huelgas, cuyo mayor exponente fue la huelga general de los trabajadores franceses de mayo de 1968, la mayor de tales huelgas en Europa desde que terminó la guerra y la situación revolucionaria más significativa en décadas. Los EUA, el centro del imperialismo mundial, era la escena de luchas de masas contra la desigualdad social y por derechos igualitarios para la población afroamericana y un creciente movimiento contra la criminal guerra de agresión en Vietnam.
En la Unión Soviética y Europa del Este, el programa nacionalista de la burocracia estalinista producía cada vez más crisis económicas, escaseces de alimentos y descontento en la clase trabajadora. Las tensiones nacionales y económicas en Europa del Este habían estado creciendo a lo largo de los '60, sentando las bases de escisiones y colapsos dentro de las burocracias nacionales y crecientes luchas internas entre los diferentes Estados miembros del Pacto de Varsovia, casi todos los cuales tenían disputas étnicas y fronterizas no resueltas, y la URSS.
La respuesta de la burocracia estalinista a esta crisis creciente fue una combinación de represión (tal como el brutal aplastamiento de trabajadores en Novocherkassk en 1962), concesiones limitadas a demandas de libertad de expresión, la promoción consciente del nacionalismo y el racismo, y pasos hacia la reintroducción de relaciones capitalistas en la economía. Estos últimos incluían “experimentos económicos” propuestos por Liberman bajo el “deshielo” de Nikita Jrushchov en la Unión Soviética, y reformas propuestas por Ota Šik en Checoslovaquia, que posibilitaron una descentralización de la economía, mayor autonomía para las empresas, el recálculo de los sistemas de precios y salarios, y la introducción de relaciones monetarias para mercancías.
Bajo estas condiciones se inició la “Primavera de Praga”, que tuvo mucho de la dinámica de la “perestroika” de la Unión Soviética 17 años más tarde, por parte del KSČ en 1968. Este fue un intento por aplacar el creciente descontento al interior tanto de la intelectualidad como de la clase trabajadora, y al mismo tiempo controlar este desarrollo y subordinarlo a los intereses de la burocracia.
La “Primavera de Praga” no apareció de la nada. Ya en 1962-1963 las restricciones a viajes habían sido considerablemente ablandadas, lo que permitió que decenas de miles de personas de Checoslovaquia visitaran Estados capitalistas de Europa occidental, a menudo mediante programas de intercambio académicos, mientras miles de turistas de occidente se agolpaban en Checoslovaquia. En 1964, Ota Šik fue nombrado jefe de una comisión gubernamental para reformas económicas.
Las primeras señales de un descontento social y político furioso surgieron, como pasa a menudo, en la intelectualidad. Como sucedió con el florecimiento temporal del cine soviético bajo el “deshielo”, la “Nueva Ola checoslovaca” en el cine hizo uso de las nuevas libertades políticas (y financiación de occidente) para plantear críticas sociales, culturales y políticas al statu quo .
En 1963, fue rehabilitado oficialmente el gran escritor alemán-checo Franz Kafka (sus escritos habían estado prohibidos hasta entonces), y en junio de 1967, el Cuarto Congreso del Sindicato de Escritores atacó abiertamente al partido y exigió reformas de gran alcance. Aunque sectores de la intelectualidad planteaban críticas a la burocracia desde la izquierda, también había tendencias fuertemente nacionalistas entre los intelectuales checos y eslovacos, lo cual podía ser explotado de manera relativamente fácil por la burocracia.
El propulsor de sectores de la burocracia que pujaban más agresivamente por “reformas” anticipándose a las luchas obreras fue Alexander Dubček. En enero de 1968, reemplazó a Antonín Novotný, quien había encabezado el KSČ desde 1953. Dubček se había unido al KSČ durante la guerra y ascendió continuamente en sus filas mientras la vieja dirección y miles de trabajadores eran purgados durante finales de los 1940 y a principios de los '50.
En los '60, Dubček jugó un papel destacado en el crecimiento de las luchas al interior de la burocracia. Como jefe del partido eslovaco, era el principal defensor de reformas políticas y económicas en Eslovaquia, combinadas con concesiones de gran alcance al nacionalismo eslovaco. Su nombramiento como secretario del partido era parte de un intento en Checoslovaquia y en la Unión Soviética para calmar las exigencias crecientes de una mayor autonomía eslovaca dentro de un Estado federal.
A lo largo de los primeros meses de 1968, el impulso de Dubček por reformas permaneció relativamente moderado. Sin embargo, el primero de abril de 1968, el Politburó checoslovaco bajo Dubček aprobó el llamado “Programa de Acción”. El Programa de Acción hizo concesiones significativas a las exigencias de libertades políticas: prometió libertad de expresión y de desplazamiento, incluyendo el derecho a viajar a países occidentales, libertad de debatir y de asociación, y el fin de los arrestos arbitrarios. Animó la proliferación de asociaciones y grupos políticos, caritativos y religiosos que aparecieron en seguida por todo el país.
En el plano económico, el Programa de Acción concebía reformas del estilo de las que propuso Ota Šik, con mayor autonomía concedida a empresas individuales y una descentralización de la economía en su conjunto. El Programa de Acción, es más, argumentaba a favor de relaciones económicas en pie de igualdad con la Unión Soviética y exigía la retirada de los consejeros económicos soviéticos.
En una importante concesión al creciente sentimiento nacionalista eslovaco, el Programa de Acción también propuso la federalización de Checoslovaquia, con derechos y representación igualitarios para Eslovaquia y para las tierras checas. Finalmente, el programa exigía el reconocimiento del Estado de Israel y un recorte en los envíos de armas a Egipto y a Nigeria. El Programa de Acción por lo tanto combinaba la promesa de mayor libertad política con propuestas de política económica y exterior que significaban pasos hacia la restauración del capitalismo y mejores relaciones con el imperialismo.
La ideología del “socialismo de rostro humano”, planteada por Dubček y teóricos del estalinismo checoslovaco tales como Radovan Richta, era un fraude. Desde el punto de vista de la burocracia checoslovaca, era una variante del “socialismo en un solo país”. Disfrazó de “humanista” un programa que esencialmente impulsaba reformas procapitalistas y mayor independencia de la burocracia soviética bajo el control de la burocracia estalinista checoslovaca.
Al mismo tiempo, aunque de manera distorsionada y fraudulenta, el “socialismo de rostro humano” fue diseñado para serle atractivo a los esfuerzos de la clase trabajadora y sectores significativos de la intelectualidad que luchaban por el socialismo genuino, que ellos percibían correctamente que no existía ni en la República Socialista de Checoslovaquia ni en la Unión Soviética. En particular, dio expresión a la repugnancia que millones de trabajadores e intelectuales sentían hacia el terror sangriento que se había cernido sobre ellos a lo largo de las décadas anteriores de régimen estalinista.
Los sentimientos anticapitalistas eran arrolladores. Millones de trabajadores e intelectuales recordaban demasiado bien los horrores del fascismo, la guerra y el papel corrupto y derechista de la burguesía checoslovaca. Más allá del deseo de la burocracia de resolver su crisis capitulando al imperialismo, no había apoyo en la clase trabajadora para la restauración del capitalismo, como casi todos los observadores remarcaron en el momento. Más bien, había una hostilidad avasalladora hacia el estalinismo desde la izquierda.
Es este aspecto del “socialismo de rostro humano”, una noción que más tarde sería recogida por Mijaíl Gorbachov en su propaganda a favor de la perestroika y la restauración capitalista en la URSS, lo que provocó la mayor ansiedad y enfado en el seno de las burocracias por toda Europa del Este y la Unión Soviética. Se lo percibió como peligroso en la medida en la que podía animar tendencias hacia un desafío genuinamente socialista al estalinismo. En mayo, el dirigente del partido soviético Leonid Brezhnev le dijo enfadado a Dubček, “¿Qué se trae con ese rostro humano? ¿Qué tipo de caras cree usted que tenemos los de Moscú?”.
Un papel particularmente infame en la defensa de una represión violenta lo asumió Władysław Gomułka, el jefe del partido polaco, quien en ese momento estaba supervisando una sucia campaña antisemita contra los estudiantes que se manifestaron en marzo de 1968. Lo secundó Petr Shelest, el jefe del Partido Comunista de Ucrania, quien acusó a la dirección del partido checoslovaco de querer anexionar la región de los Cárpatos en Ucrania, contestada desde mucho tiempo atrás. En algunos aspectos, Gomułka, Ulbricht, el líder del partido de Alemania del Este, y el jefe del partido búlgaro, Todor Zhivkov, eran aún más militantes que la dirigencia de Moscú en su insistencia sobre reprimir la Primavera de Praga.
Ya en marzo, en una reunión en Dresden de dirigentes de Europa del Este, Gomułka, cuyo Gobierno acababa de ser desafiado por protestas estudiantiles masivas, insistió en una “contraofensiva por la fuerza” en Checoslovaquia, comparando la situación con la Hungría de 1956. El secretario del partido húngaro, János Kádár , quien había recogido el timón después de aplastar la revolución de 1956, también insistió en medidas resueltas en esta situación “crítica”.
Los historiadores han observado que los pasos dados hacia la intervención militar fueron desencadenados sobre todo por la publicación del “Manifiesto de 2000 palabras” el 27 de junio de 1968. Fue redactado por un destacado intelectual checoslovaco y exigía romper con el partido. Sin embargo, el que este manifiesto fuera percibido como una amenaza tan grande por parte de la burocracia se debía al creciente movimiento dentro de la clase trabajadora.
El miedo mayor de la burocracia era que las concesiones del KSČ a las exigencias de libertades políticas crearan la oportunidad para una poderosa intervención de la clase trabajadora. Si la clase trabajadora industrial había permanecido relativamente en silencio durante los primeros meses de 1968, la situación cambió de manera bastante dramática a partir de la primavera, coincidiendo con el movimiento de las masas obreras francesas contra el Gobierno de De Gaulle. Durante estos meses, la dirección de Dubček se vio obligada, como lo observaría un analista de un centro de estudios contemporáneo, a hacer muchas más concesiones y a moverse mucho más rápidamente de lo que quería.
Un historiador observa:
Muchos [trabajadores] quedaron indiferentes ante la noción de democratización política patrocinada por un remodelado grupo de dirigentes de partido y unos pocos intelectuales radicales —‘lo hemos visto todo antes’—. Para la mayoría de los obreros, los asuntos más importantes era elevar los estándares de vida y salarios y disminuir el control de precios por el Estado. … Sin embargo, para la primavera y el verano, se veían señales de movimiento. La dirigencia sindical central estaba renovada y su misión de defender los intereses de sus miembros fue redeclarada; se hablaba mucho de la formación de ‘consejos obreros’ o ‘de empresa’ al estilo yugoslavo y de la posibilidad de ‘autogestión’ obrera en las fábricas; hubo varias huelgas cortas; e incluso se crearon espontáneamente unos pocos comités obreros para defender la libertad de la prensa. [1]
Fue en este momento que las discusiones entre los dirigentes estalinistas se volvieron cada vez más acaloradas y frenéticas. Hubo una serie de encuentros, especialmente entre junio y agosto, en las que las direcciones soviética, polaca y yugoslava emplazaron a Dubček y al Politburó checo a que retomaran el control de la situación, reestablecieran el control total sobre los medios y reprimieran a la clase trabajadora.
En mayo, el Politburó soviético estableció una comisión de nueve miembros para seguir el desarrollo de los acontecimientos en Checoslovaquia a diario. También estaban recibiendo informes regularmente de la embajada soviética en Praga.
En junio y julio, los Estados del Pacto de Varsovia hicieron maniobras militares a gran escala en suelo checo en una inequívoca amenaza a la conducción de Dubček y a la clase trabajadora checoslovaca.
En otra serie de conversaciones del 29 de julio al primero de agosto, se presionó a la dirección de Dubček para que hiciera una serie de promesas verbales de que reprimiría. Al final, el 13 de agosto, Brezhnev y Dubček tuvieron una conversación telefónica que fue descrita así por un historiador:
Un exasperado Brezhnev acusó a un Dubček defensivo de ‘engañarnos’ con su prevaricación y malas excusas para postergar la tan esperada represión en Praga, a lo que Dubček respondió de manera abyecta: ‘si usted cree que lo estamos engañando, entonces tome las medidas que estime pertinentes … proceda, faltaría más’. Incluso ofreció su renuncia como primer secretario, pero terminó con las palabras: ‘le prometo, camarada Brezhnev, que haré lo que sea necesario para cumplir con nuestro acuerdo’. [2]
El 17 de agosto, el Politburó soviético, el más alto órgano ejecutivo del partido, decidió enviar el ejército a Checoslovaquia. Los historiadores de hoy creen que los Estados Unidos ya habían dado a entender, un mes antes, que no intervendrían en la situación, dando así, en los hechos, luz verde para una solución militar.
En la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, unos 165.000 soldados y 4.600 tanques de cuatro países del Pacto de Varsovia —la Unión Soviética, Polonia, Hungría y Bulgaria— acompañados por consejeros militares de Alemania Oriental, invadieron Checoslovaquia. Al cabo de una semana, el número de soldados que ocupaban el país se había elevado a medio millón.
Al menos 137 civiles checoslovacos fueron asesinados en los primeros días. Cientos resultaron heridos, y se estima en cerca de 500 la cifra total de muertos a causa de la ocupación.
En una indicación de la falta de apoyo político a la invasión dentro de la propia Unión Soviética, muchos soldados del Ejército Rojo habían sido reclutados de los países de Asia Central y no se les informó adónde los llevaban. Muchos pensaron que había empezado la Tercera Guerra Mundial y que estaban en Alemania Occidental.
Hubo redadas en la sede del Partido Comunista checoslovaco, y arrestaron a la dirección de Dubček. A él y a varios de sus aliados los llevaron en avión a Moscú y los interrogaron. Fueron liberados, los llevaron de vuelta en avión, y fueron recolocados en sus cargos solo después de haber firmado el “Protocolo de Moscú” secreto. Esto habilitó la presencia de tropas extranjeras en Checoslovaquia hasta que “la amenaza al socialismo” hubiera pasado, cambios clave de personal, el reestablecimiento del control del partido sobre los medios, la prohibición de organizaciones “antisocialistas” y la anulación de elementos clave del Programa de Acción.
Según los historiadores, fue la clase trabajadora la que emergió como la fuerza social principal en la oposición a la ocupación. Respondió a la invasión con una serie de huelgas generales el 21, 22 y 23 de agosto. En cientos de empresas se formaron consejos obreros.
La resistencia a la ocupación abarcó a casi todas las otras capas sociales, incluyendo a sectores de la burocracia. Hubo instancias de resistencia no armada por parte de elementos del ejército, la policía y departamentos del Ministerio del Interior. Parte del estudiantado también protestó contra la ocupación con muchas manifestaciones y sentadas. Las calles estaban llenas de grafitis exigiendo que el Ejército Rojo se fuera. Uno decía: “¡Lenin! ¡Despierta! ¡Brezhnev se ha vuelto loco!”. Cientos de miles de checoslovacos se fueron del país, huyendo a occidente.
El 19 de enero de 1969, el estudiante de 21 años de edad, Jan Palach, se prendió fuego y murió. Su funeral se volvió una manifestación masiva de cientos de miles de personas contra la ocupación. Todavía en marzo de 1969 medio millón de personas se manifestaban en 69 pueblos y ciudades, atacando oficinas de la línea aérea soviética, Aeroflot, y nueve guarniciones soviéticas.
Usando las recientes manifestaciones masivas como excusa, destituyeron del cargo a Dubček en abril de 1969 en una votación de prácticamente el mismo Politburó que había votado a favor de darle el cargo en enero de 1968. Fue reemplazado por Gustáv Husák. La oposición de las masas, desprovista de una dirección y un programa claros, finalmente se iría extinguiendo, y se impuso la supuesta “normalización”.
De manera significativa, el único aspecto del Programa de Acción que la burocracia siguió persiguiendo, siendo alentada desde Moscú, fue la federalización de Checoslovaquia. El 27 de octubre de 1968, se adoptó una ley constitucional que convertía el hasta entonces Estado unitario en una federación. A lo largo de las dos décadas siguientes, la promoción del nacionalismo, junta a los esfuerzos por enfrentar al Partido Comunista checo contra el eslovaco y, sobre todo, a los trabajadores checos contra los eslovacos, iría a formar un componente crítico de la represión por parte de la burocracia de la clase trabajadora y de la tendencia hacia la restauración capitalista.
Un proceso semejante tuvo lugar en toda Europa del Este y en la Unión Soviética. En Polonia, Gomułka respondió a protestas estudiantiles y obreras con una campaña antisemita en 1968-1969 en la que colaboró estrechamente con el ministro del Interior nacionalista, Mieczysław Moczar, y Bolesław Piasecki, quien fuera miembro de la Falange fascista en los ‘30.
En la Unión Soviética, la dirección de Brezhnev respondió a 1968 ascendiendo directamente a figuras nacionalistas destacadas a altos cargos culturales y políticos. Las llamadas “revistas gruesas” de la intelectualidad nacionalista, que promocionaban el antisemitismo y el vil nacionalismo ruso, recibieron financiación estatal y pudieron de ese modo circular en cientos de miles de ejemplares, a veces incluso millones.
En muchos sentidos, la respuesta de las burocracias estalinistas al movimiento de la clase trabajadora en 1968 allanó el terreno para el colapso final de Checoslovaquia y la Unión Soviética como parte de la completa reimplantación del capitalismo en la región en 1989-1991. El hecho de que la burocracia pudiera seguir este rumbo fue, en buena medida, el resultado de la intervención consciente del pablismo, que posibilitó que la burocracia resolviera su crisis a expensas de la clase trabajadora.
Continuará
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Notas
[1] Kevin McDermott, Communist Czechoslovakia, 1945-89. A Political and Social History, Palgrave 2015, págs. 130-131
[2] Ibid ., pág. 144
(Publicado originalmente en inglés el 29 de agosto de 2018)