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Durante el último año de su vida, Trotsky lidió con cuestiones críticas de perspectiva histórica planteadas por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué la Revolución rusa de 1917 —que había sido proclamada por los bolcheviques como el heraldo de la revolución socialista mundial— fue seguida de derrotas de la clase trabajadora en Italia, China, Alemania y España, para mencionar solo a los más relevantes de los desastres políticos? ¿Por qué la Gran Depresión —el mayor desplome económico en la historia del capitalismo— no llevó al socialismo sino, en cambio, al fascismo y a la guerra? Y, finalmente, ¿por qué el Estado obrero fundado sobre la base de la Revolución de Octubre degeneró en un régimen totalitario monstruoso?
La respuesta que dieron las legiones de intelectuales pequeñoburgueses y exradicales era que las derrotas demostraron la bancarrota del marxismo y de toda la perspectiva de la revolución socialista. Trotsky, en un artículo que escribió en marzo de 1939, había descrito la psicología política y la perspectiva de estas capas:
La fuerza no solo conquista, sino que, a su propia manera, también 'convence'. El comienzo de la reacción no solo destroza físicamente a los partidos, sino que también descompone moralmente a la gente. Muchos caballeros radicales tienen el corazón en sus zapatos. Su miedo ante la reacción lo traducen en el lenguaje de la crítica inmaterial y universal. '¡Tiene que haber algo equivocado en las viejas teorías y métodos!', 'Marx se equivocaba...', 'Lenin no pudo anticipar...'. Algunos van aún más lejos. 'El propio método revolucionario demostró estar equivocado'. [1]
El mayor error del marxismo, concluían los intelectuales desmoralizados, era que había atribuido a la clase trabajadora una misión revolucionaria que no podía cumplir. La causa esencial de todos los desastres de los '20 y los '30 había que encontrarla en el carácter no revolucionario de la clase trabajadora.
El documento fundacional de la Cuarta Internacional empezaba con un repudio explícito de la perspectiva derrotista y ahistórica de los antimarxistas. El problema fundamental de la época de la agonía del capitalismo no era la ausencia de una clase revolucionaria sino, más bien, la ausencia de una dirección revolucionaria capaz de dirigir a la clase trabajadora a la conquista del poder.
'La situación política mundial en su conjunto', escribió Trotsky, 'se caracteriza principalmente por una crisis histórica de dirección del proletariado'. [2]
Esta conocida declaración se lee a menudo como una simple exhortación, con la intención de inspirar a los cuadros de la Cuarta Internacional con una elevada declaración retórica de la misión política del partido. A tal interpretación se le escapa la importancia real de la declaración, que es un resumen conciso de la lección esencial que había que sacar de las derrotas de la clase trabajadora.
En la segunda Tesis sobre Feuerbach, Marx escribió en 1945: 'La disputa sobre la realidad o no realidad del pensamiento que se aísla de la práctica es una cuestión puramente escolástica'. [3] Reelaborando este concepto fundamental del materialismo filosófico en el contexto del destino de la revolución socialista, la formulación empleada por Trotsky en la apertura del documento fundacional de la Cuarta Internacional declara, en esencia, que todas las discusiones sobre el carácter revolucionario o no revolucionario de la clase trabajadora, aparte del examen de la práctica de sus partidos y organizaciones dirigentes, son abstractas, vacías de contenido político, y falsas.
El ensayo sobre el cual Trotsky estaba trabajando en el momento de su muerte estaba dedicado a fundamentar su concepto de la crisis de la dirección. Se titulaba 'La clase, el partido y la dirección: ¿por qué fue derrotado el proletariado español? (Cuestiones de teoría marxista)'. El artículo, que se termina de repente en mitad de una oración, fue publicado en el número de diciembre de 1940 de Fourth International, cuatro meses después de la muerte de Trotsky. Aunque incompleto, el ensayo —considerado desde un punto de vista tanto filosófico-teórico como político— se coloca entre las exposiciones más profundas de la relación dialéctica entre los factores objetivos y subjetivos del proceso revolucionario en la época de la agonía del capitalismo.
El ensayo de Trotsky fue escrito como respuesta a una reseña hostil, publicada en el periódico radical francés Que faire, a un panfleto titulado España traicionada. El autor del Panfleto era Mieczyslaw Bortenstein, miembro de la Cuarta Internacional, que escribió con el pseudónimo M. Casanova. Bortenstein había luchado en España, donde fue testigo del sabotaje de los estalinistas a la revolución. El panfleto, aunque influido de manera fundamental por la exposición que hizo Trotsky del Frente Popular y sus críticas a la política centrista del POUM, recurría a las experiencias personales del autor en España. Además de este único panfleto, hay relativamente poca información disponible sobre las actividades políticas de Bortenstein. Sin embargo, se sabe que su vida terminó trágicamente a los 35 años. Tras la toma de Francia por los nazis, Bortenstein fue arrestado por el Gobierno de Vichy y fue finalmente deportado al campo de exterminio de Auschwitz, donde fue asesinado en 1942.
Bortenstein escribió su panfleto después de la rendición de Barcelona por parte del gobierno del Frente Popular dominado por los estalinistas, sin resistencia, al ejército fascista dirigido por Franco. La rendición de lo que había sido la ciudadela de la revolución obrera fue el colofón de la traición del Frente Popular. En la introducción del panfleto, Casanova-Bortenstein escribió:
Tengo que explicar lo que acaba de pasar en base a mi propia experiencia. Tengo que reportar los hechos. Describiré cómo posiciones estratégicas de importancia crucial fueron abandonadas sin lucha, cómo los planes defensivos fueron entregados al enemigo por un estado mayor traicionero, cómo la industria de guerra fue saboteada y la economía desorganizada, cómo los mejores militantes obreros fueron asesinados, y cómo los espías fascistas fueron protegidos por la policía 'republicana', para explicar cómo la lucha revolucionaria del proletariado contra el fascismo fue traicionada y España entregada a Franco.
Mi análisis y los hechos que describiré se remiten todos a un único y mismo tema: la política criminal del Frente Popular. Solo la revolución obrera podría haber derrotado al fascismo. Toda la política de los dirigentes republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas trabajaba para destruir la energía revolucionaria de la clase trabajadora. '¡Primero ganar la guerra y hacer la revolución después!' —esta consigna reaccionaria habría de matar la revolución solo para después perder la guerra. [4]
Era crítico que se aprendieran las lecciones de la catástrofe española, declaró Casanova-Bortenstein. 'En España no fracasó ni el socialismo ni el marxismo, sino aquellos que lo traicionaron tan criminalmente'. [5]
La reseña hostil del panfleto de Bortenstein publicada en Que faire, una publicación producida por exmiembros disidentes del Partido Comunista de Francia, ejemplificaba la actitud cínica de los centristas pequeñoburgueses. Atacaba a Bortenstein por concentrarse en los partidos y las políticas responsables de la derrota, en vez de concentrarse en los atributos de la clase trabajadora española —sobre todo su 'inmadurez'— que la volvía incapaz de derrotar al fascismo. 'Se nos lleva', afirmaba Que faire, 'al ámbito de la demonología pura; el criminal responsable de la derrota es el demonio jefe, Stalin, incitado por los anarquistas y todos los otros demonios; el Dios de los revolucionarios desafortunadamente no envió un Lenin o un Trotsky a España tal como hizo en Rusia en 1917'. [6]
Trotsky sometió el ataque de Que faire al panfleto de Bortenstein a una crítica mordaz. La 'altivez teórica' de la reseña del Que faire, escribió, 'es hecha tanto más magnífica por el hecho de que es difícil imaginar cómo un número tan grande de banalidades, vulgarismos, y errores del tipo muy específicamente de filisteos conservadores podría condensarse en tan pocos renglones'. [7]
El cometido central de la reseña de Que faire era absolver a los partidos, organizaciones e individuos que dirigían a la clase trabajadora de toda responsabilidad por la debacle en España. La culpa por la 'falsa política de las masas' había que echársela no a sus autores políticos, sino a la clase trabajadora, que como consecuencia de su 'inmadurez' estaba inclinada a seguir una línea política incorrecta. Este argumento creado por el autor de la reseña de Que faire era una apología deleznable de los arquitectos de la derrota. Trotsky escribió:
Quienquiera que busque tautologías no podría encontrar en general una más plana. Una 'falsa política de las masas' se explica por la 'inmadurez' de las masas. ¿Pero qué es la 'inmadurez' de las masas? Evidentemente, su predisposición a políticas falsas. En qué consistía exactamente la política falsa, y quiénes fueron sus iniciadores, las masas o los dirigentes —sobre ello calla nuestro autor. Por medio de una tautología, descarga la responsabilidad sobre las masas. Este truco clásico de todos los traidores, desertores, y sus abogados es especialmente repugnante en conexión con el proletariado español. [8]
Pero aunque los dirigentes de la clase trabajadora española fueran malos, argumentaban los apologistas, ¿no era culpa de las masas el que siguieran a los malos dirigentes? En respuesta a tan perniciosa sofistería, Trotsky —fundamentando el reporte de Bortenstein como testigo— señalaba que la clase trabajadora intentó una y otra vez abrirse camino a través de las barricadas políticas levantadas por los estalinistas, los socialdemócratas y los anarquistas; y que cada vez que la clase trabajadora estaba a punto de tomar la ofensiva, sus dirigentes traicioneros desplegaban la fuerza en apoyo de políticas contrarrevolucionarias. El levantamiento de mayo de 1937 de la clase trabajadora en Barcelona contra las políticas traidoras del gobierno del Frente Popular fue reprimido despiadadamente. Trotsky escribió:
No hay que entender nada exactamente en el ámbito de las interrelaciones entre la clase y el partido, entre las masas y los dirigentes, para repetir la declaración huera de que las masas españolas simplemente seguían a sus líderes. Lo único que se puede decir es que las masas que buscaban en todo momento abrirse paso hacia el camino correcto encontraron que no les alcanzaban las fuerzas para producir bajo el propio fuego de la batalla un nuevo liderazgo que correspondiera a las demandas de la revolución. [9]
Trotsky recordó el gastado epigrama de que todos los pueblos tienen el gobierno que se merecen. Aplicado al ámbito de la lucha social, este argumento sostendría que cada clase tiene la dirección que se merece. Así, si los trabajadores tienen malos líderes, eso es lo que se merecen; porque son incapaces de producir unos mejores. Trotsky respondía a este argumento formal y mecánico.
En realidad la dirección no es para nada un mero 'reflejo' de una clase ni el producto de su propia creatividad libre. Una dirección cobra forma en el proceso de enfrentamientos entre diferentes clases o la fricción entre las diferentes capas dentro de una clase dada. Habiendo surgido una vez, la dirección invariablemente se eleva por encima de su clase y por ello se vuelve predispuesta a la presión e influencia de otras clases. El proletariado puede 'tolerar' por mucho tiempo una dirección que ya ha sufrido una completa degeneración interna pero no ha tenido aún la oportunidad de expresar esta degeneración en medio de grandes acontecimientos.
Un gran impacto histórico es necesario para revelar de manera aguda la contradicción entre la dirección y la clase. Los impactos históricos más poderosos son las guerras y las revoluciones. Precisamente por esta razón la clase trabajadora es pillada desprevenida a menudo por la guerra y la revolución. Pero aún en casos en los que la vieja dirección ha revelado su corrupción interna, la clase no puede improvisar inmediatamente una nueva dirección, especialmente si no ha heredado del período anterior cuadros revolucionarios fuertes capaces de utilizar el colapso del viejo partido dirigente. La interpretación marxista, es decir, la interpretación dialéctica y no escolástica de la interrelación entre una clase y su dirección, no deja piedra sobre piedra de la sofistería legalista de nuestro autor. [10]
La crítica burguesa del marxismo —especialmente como se lo propaga en los medios académicos— generalmente afirma que el materialismo filosófico determinista presta una atención insuficiente al 'factor subjetivo' de la historia. El marxismo, preocupado con la estructura socioeconómica y de clase de la sociedad, no tiene en cuenta la influencia de la consciencia, especialmente en sus manifestaciones suprahistóricas e irracionales, en el desarrollo caótico de la sociedad. Esta crítica, que le atribuye al marxismo una separación rígida de factores objetivos y subjetivos, combina la ignorancia con la distorsión y la franca falsificación. Un tema central de los escritos de Trotsky a lo largo de un período de muchos años había sido el papel crucial del factor subjetivo —asignar una importancia particular al papel de los dirigentes políticos— en determinar el resultado de las luchas revolucionarias. Como es bien sabido, en una entrada en un diario que mantenía en 1935, Trotsky había enfatizado el papel crítico que Lenin había desempeñado en la victoria de la Revolución de Octubre. 'Si yo no hubiera estado presente en 1917 en Petersburgo, la Revolución de Octubre hubiera tenido lugar de todas maneras — a condición de que estuviera Lenin allí y que estuviera al mando '. [11]
En su refutación del Que faire, Trotsky volvió al papel de Lenin en la Revolución de Octubre. Desestimó que la reseña pusiera 'el determinismo mecanicista en el lugar del condicionamiento dialéctico del proceso histórico' y 'las mofas baratas sobre el papel de los individuos, buenos y malos'. La lucha de clases no se desarrolla como un proceso suprahumano. Los seres humanos reales están implicados, y sus acciones desempeñan un papel —en algunos casos, un papel decisivo— en determinar si la insurrección revolucionaria tiene éxito o fracasa, o hasta si ocurre siquiera. 'La llegada de Lenin a Petrogrado el 3 de abril de 1917, giró en el tiempo al Partido Bolchevique y le permitió al partido dirigir la revolución a la victoria'. [12] Continuaba Trotsky:
Nuestros sabios podrían decir que si Lenin hubiera muerto en el extranjero a principios de 1917, la Revolución de Octubre se hubiera producido 'lo mismo'. Pero no es así. Lenin representaba uno de los elementos vivos del proceso histórico. Él personificaba la experiencia y la perspicacia del sector más activo del proletariado. Su aparición oportuna en la palestra de la revolución fue necesaria para movilizar a la vanguardia y brindarle una oportunidad de congregar a la clase trabajadora y a las masas campesinas. La dirección política en los momentos cruciales de giros históricos puede volverse un factor tan decisivo como lo es el papel del mando principal durante momentos críticos de una guerra. La historia no es un proceso automático. De otra manera, ¿por qué tener dirigentes? ¿por qué partidos? ¿por qué programas? ¿por qué luchas teóricas? [13]
En su panfleto, Bortenstein observaba amargamente que todos los partidos e individuos cuyos errores políticos e incluso su franca traición aseguraron la derrota de la Revolución española afirmaron después de esta que no era posible ningún otro desenlace. 'Si escuchamos las explicaciones de los dirigentes del Frente Popular, incluyendo a los anarquistas, y si tomamos en serio esas explicaciones, todo lo que podemos hacer es desesperarnos de todo y perder la esperanza en las capacidades revolucionarias del proletariado, su futuro y hasta de su misión histórica'. [14] No faltaban las excusas para la derrota.
Según nuestros demócratas frentepopulistas pequeñoburgueses, todo era inevitable. Los republicanos y los socialistas justificaron la derrota por la superioridad militar de los fascistas, y los comunistas por la existencia de una burguesía profascista (¡un descubrimiento, este!) que, por su política de no intervención, favoreció a Franco. Olvidaron añadir que apoyaron al Gobierno de Blum, que inauguró esta política. Los anarquistas justificaron sus capitulaciones y repitieron las traiciones por el chantaje ejercido por los rusos mediante las armas que les estaban enviando a los republicanos. En cuanto al POUM, también se unió al coro fatalista y dijo: 'Éramos demasiado débiles, y teníamos que seguir a los otros, y sobre todo no podíamos romper la unidad'. Así todo era inevitable. Lo que pasó tenía que pasar, y estaba escrito de antemano en el Corán ... [15]
Trotsky, en un pasaje magnífico, apoyó sinceramente la acusación de Bortenstein del fatalismo autojustificado de los que llevaron a los trabajadores españoles a la derrota:
Esta filosofía impotente, que busca reconciliar las derrotas como un eslabón necesario en la cadena de desarrollos cósmicos, es completamente incapaz de plantear y se niega a plantear la cuestión de factores concretos tales como programas, partidos, y personalidades que fueron los organizadores de la derrota. Esta filosofía de fatalismo y postración se opone diametralmente al marxismo como la teoría de la acción revolucionaria. [16]
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Trotsky continuó trabajando en su biografía de Stalin. El último capítulo del volumen inconcluso se titula 'La reacción termidoriana', en el que presentaba un retrato y una evaluación devastadora de Stalin y su séquito.
Generalmente, en el bando del estalinismo, no encontrarás ni un solo escritor, historiador ni crítico talentoso. Es un reino de mediocridades arrogantes. Por tanto, la facilidad con la que marxistas altamente cualificados empezaron a ser reemplazados por gente accidental y de segunda categoría que llegó a dominar el arte de las maniobras burocráticas. Stalin es la mediocridad más sobresaliente de la burocracia soviética. No puedo encontrar ninguna otra definición más que esta. [17]
La transformación de Stalin en 'genio' fue obra de la burocracia, que encontró en él un instrumento brutal de su búsqueda de privilegios. El mito de Stalin, desarrollado desde las mentiras, fue creación de la burocracia. 'Este carácter masivo, orgánico, inconquistable de la mentira', observó Trotsky, 'es la prueba innegable de que no es apenas una cuestión de ambiciones personales de un individuo, sino algo inconmensurablemente mayor: la nueva casta de arribistas privilegiados tenía que tener su propia mitología'. [18]
Todo el desarrollo cultural de la Unión Soviética estaba siendo sofocado por el régimen burocrático. 'La literatura y el arte de la época estalinista', escribió Trotsky, 'pasarán a la historia como ejemplos del bizantinismo más absurdo y servil'. [19] Hasta los artistas genuinamente dotados estaban obligados a prostituirse al servicio de Stalin. Trotsky citaba un poema de Alexis Tolstoy en el que se describe a Stalin como una deidad: 'Vos, brillante sol de las naciones, /El sol de nuestros tiempos imposible de hundir', etc. Comentando estas líneas, Trotsky escribió, 'Para llamar a las cosas por su nombre correcto, esta poesía se parece más al gruñido de un cerdo'. [20]
Hasta la arquitectura soviética fue distorsionada y degradada por Stalin. La Casa de los Sóviets, construida según instrucciones de Stalin, era 'un edificio monstruoso que, con su inutilidad imponente y su cruda grandiosidad, da la expresión concreta de un régimen brutal desprovisto de cualesquiera ideas o perspectiva'. [21] Respecto a la cinematografía, sus directores y actores eran obligados a seguir las instrucciones de Stalin. Su único cometido pasó a ser la glorificación del dictador. 'De esta manera la cinematografía soviética, que tuvo un comienzo prometedor, quedó muerta'. [22]
En cuanto a la persona de Stalin, en la medida en la que la persona viva podía separarse del mito en el que estaba enmarcada, su característica esencial, enfatizó Trotsky, 'es la crueldad personal, física, que comúnmente se llama sadismo'. [23]
Incapaz de apelar a los mejores instintos de las masas, Stalin apela a sus más bajos instintos —a la ignorancia, la intolerancia, la estrechez mental, lo primitivo. Busca el contacto con ellos mediante expresiones vulgares. Pero esta vulgaridad también hace de camuflaje de su malicia. Pone toda su pasión en planes cuidadosamente concebidos, a los cuales se subordina todo lo demás. ¡Cómo odia la autoridad! ¡Y cómo le gusta imponerla! [24]
De su propia actitud subjetiva hacia Stalin, Trotsky escribió en la penúltima página de la biografía:
El lugar que yo ocupo ahora es único. Por lo tanto siento que tengo derecho a decir que nunca albergué ningún sentimiento de odio hacia Stalin. Se ha dicho y se ha escrito mucho sobre mi supuesto odio a Stalin que aparentemente me llena de juicios sombríos y afligidos. Solo puedo encogerme de hombros ante todo esto. Nuestros caminos se han separado hace tanto tiempo que cualquier relación personal que hubiera entre nosotros se ha extinguido totalmente hace mucho. Por mi parte, y en la medida en que Stalin es una herramienta de las fuerzas históricas, que me son ajenas y hostiles, mis sentimientos personales hacia Stalin son indistinguibles de mis sentimientos hacia Hitler o el Mikado japonés. [25]
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El mundo de 1940 parecía estar viviendo una pesadilla. ¡Cuán frágil y desamparada parecía la civilización ante la barbarie que avanzaba! Bajo la presión de la reacción, hasta los representantes sensibles más inteligentes de la intelectualidad europea abandonaron toda esperanza. Walter Benjamin, viviendo en un exilio precario, tradujo su desesperación personal en un mórbidamente desmoralizado 'Sobre el concepto de la historia'. El hitlerismo no era la negación de la civilización, sino su verdadera esencia. 'No hay documento de cultura', opinaba, 'que no sea al mismo tiempo un documento de la barbarie. Y de la misma manera como tal documento nunca está libre de barbarie, así la barbarie mancilla la manera en la que fue transmitido de una mano a otra'. [26]
Benjamin llamó la atención sobre la pintura del artista Paul Klee Angelus Novus. En esta obra, la verdadera naturaleza del proceso histórico era descrita: 'Su cara se vuelve hacia el pasado. Donde una cadena de acontecimientos aparece ante nosotros, él ve una sola catástrofe, que amontona escombros sobre escombros, y la arroja a sus pies'. [27] La desesperación de Benjamin lo llevó al cinismo, que él dirigió contra la perspectiva de la revolución socialista. 'Los epígonos de Marx', escribió amargamente, 'han derivado (entre otras cosas) la noción de la 'situación revolucionaria', que, como sabemos, se ha negado siempre a llegar'. [28]
¿Qué rumbo de acción, entonces, le quedaba a Walter Benjamin más que quitarse la vida? Huyendo de la Francia de Vichy, y con la frontera española a la vista, Benjamin —convencido de lo desesperanzado de su situación— se suicidó la tarde del 26 de septiembre de 1940. Si hubiera esperado solo un día más, el escritor podría haber cruzado a salvo la frontera.
Trotsky sin dudas habría sentido una gran empatía por Benjamin. Pero los sentimientos de desesperación le eran ajenos al revolucionario. Su poderoso sentido de la historia le permitieron colocar las bestialidades de su tiempo en su contexto apropiado. En una sección de la biografía de Stalin que lleva por título 'Un paralelo histórico', Trotsky observó: 'En este período de declive capitalista, el retroceso de Europa produce muchos de los rasgos de la infancia del capitalismo. La Europa actual se parece muchísimo a la Italia del siglo XV'. [29] Por supuesto, esa era una época en la que los pequeños Estados 'representaban los pasos de bebé de un capitalismo infantil'. Pero el período del Renacimiento se parecía a la era moderna en un aspecto importante: 'Era una época de transición de normas viejas a unas nuevas —un período amoral, y, per se, inmoral'. [30] Los cardenales 'escribían comedias pornográficas y los papas las producían en sus cortes'. [31]
La corrupción era la idea clave de la política italiana. El arte de gobernar era practicado en camarillas y consistía en las artes gentiles de la mentira, la traición y el crimen. Cumplir con un contrato, mantener una promesa, se consideraba la mayor estupidez. La astucia iba de la mano con la violencia. La superstición y la falta de confianza envenenaban todas las relaciones entre los jefes de Estado. Era la época de los Sforza, los Medici, los Borgia. Pero no era solo la época de la traición y la falsificación, del veneno y la artificiosidad. También era la época del Renacimiento. [32]
Como en la época del Renacimiento, el hombre moderno se encuentra
en la frontera de dos mundos —el burgués-capitalista, que está sufriendo su agonía y que un nuevo mundo está destinado a reemplazar. Ahora, una vez más, estamos viviendo una transición de un sistema social a otro, en la época de la mayor crisis social que, como siempre, está acompañada de una crisis de moral. Lo viejo ha sido sacudido en sus cimientos. Lo nuevo apenas ha empezado a surgir. Las contradicciones sociales una vez más han alcanzado una agudeza excepcional. [33]
Tales períodos imponen una presión inmensa sobre los individuos.
Cuando el tejado se ha desplomado y las puertas y ventanas se han salido de sus bisagras, la casa es lúgubre y es difícil vivir allí. Hoy, vientos de tormenta están soplando en todo el planeta. [34]
* * * * *
Trotsky veía el haber sobrevivido al atentado del 24 de mayo como poco más que un aplazamiento. Sabía que la GPU haría otro atentado contra su vida. Harold Robins, en una conversación con un servidor, recordaba que Trotsky pidió una reunión con los guardias a principios de agosto. Las noticias del mundo estaban dominadas por los ataques aéreos lanzados por la Alemania nazi contra Gran Bretaña. Trotsky les dijo a los guardias que esperaba que Stalin intentara aprovecharse de la distracción del público intentando de nuevo asesinarlo cuanto antes. Un conocido periodista de Ciudad de México, Eduardo Tellez Vargas, que escribía para El Universal, se reunió varias veces con Trotsky después del ataque del 24 de mayo. En una entrevista concedida al Comité Internacional en diciembre de 1976, Tellez Vargas recordó su último encuentro con Trotsky, que ocurrió el 17 de agosto de 1940, solo tres días antes del asesinato. Sintiendo una admiración sincera por el gran revolucionario, Tellez Vargas estaba profundamente afligido por lo que Trotsky le contó.
Llegó un momento en el que Trotsky ya no confiaba en absolutamente nadie. No confiaba en nadie. No especificó ni dio nombres, pero me dijo: 'Me va a matar ya sea uno de los de aquí, ya sea uno de mis amigos del exterior, alguien que tiene acceso a la casa. Porque Stalin no puede perdonarme la vida'. [35]
El día de la última entrevista de Tellez Vargas con Trotsky, había otra visita en la casona de la Avenida Viena. Jacques Mornard, esta vez con Sylvia Ageloff, fue recibido en el recinto. Mornard afirmó que él había escrito un artículo, que quería que Trotsky leyera. Trotsky, que tuvo varios encuentros breves con Mornard, ya había indicado que el hombre no le gustaba. A Mornard le dio por hablar en presencia de Trotsky sobre su 'jefe' que se había hecho rico mediante negocios especulativos. En su relato autobiográfico de su vida con Trotsky, Natalia Sedova recordaba que él 'era totalmente indiferente' respecto a la cháchara sobre las proezas de su jefe. 'Esas cortas conversaciones antes me irritaban', escribió Sedova, 'y a León Davidovich tampoco le gustaban. '¿Quién es este jefe fabulosamente rico?', me preguntaba. 'Deberíamos averiguarlo. Al fin y al cabo, podría ser algún usurero con tendencias fascistas y puede que lo mejor sea dejar de ver del todo al esposo de Sylvia...''. [36]
La reunión con Mornard del 17 de agosto intensificó la preocupación de Trotsky. Trotsky salió de su despacho después de solo diez minutos. Estaba trastornado por la conducta de Mornard. Trotsky había observado que Mornard no se había quitado el sombrero al entrar en el despacho y luego se fue a sentar en la esquina del escritorio de Trotsky. Esta era una conducta extrañamente inapropiada para alguien que decía ser belga y haber sido educado en Francia. Trotsky, después de solo unos pocos minutos con Mornard, tuvo dudas acerca de la nacionalidad de la visita. Como lo cuenta Isaac Deutscher:
¿Quién era él [Mornard-Jacson] de verdad? Tenían que averiguarlo. Natalya se quedó de piedra; le parecía que Trotsky 'había percibido algo nuevo sobre 'Jacson', pero no había llegado, o más bien no tenía ninguna prisa en llegar, a ninguna conclusión'. Aún así, las implicaciones de lo que había dicho eran alarmantes: si 'Jacson' los estaba engañando respecto a su nacionalidad, ¿por qué lo estaba haciendo? Y ¿no los estaba engañando también sobre otras cosas? ¿Sobre qué? Estas preguntas tienen que habérsele pasado por la mente a Trotsky, porque dos días después le repitió sus observaciones a Hansen, como para determinar si recelos comparables le habían sucedido a alguien además de a él. [37]
Que Trotsky, después de apenas unos pocos minutos a solas con Mornard, desarrollara dudas sobre su nacionalidad y sospechara que podría ser un impostor, hace que uno se pregunte por qué Alfred y Marguerite Rosmer, ambos franceses, nunca tuvieran sospechas comparables —aunque pasaron muchísimo más tiempo con el hombre que sería el asesino de Trotsky.
Cayendo la tarde del martes 20 de agosto, Mornard, sin cita, vino otra vez a ver a Trotsky. A pesar de las preocupaciones comunicadas a él directamente por Trotsky, Joseph Hansen —cuyas conexiones con la GPU serían expuestas casi cuarenta años más tarde— autorizó la entrada de Mornard en el recinto. Aunque hacía calor y no estaba nublado, Mornard llevaba un sombrero puesto y tenía una gabardina. Llevaba escondidos en el impermeable un cuchillo, una pistola automática y un bastón de alpinista. Mornard no fue cacheado. Se le dejó acompañar a Trotsky hasta su despacho. Le dio a Trotsky lo que dijo que era una reelaboración del artículo que le había mostrado el 17 de agosto. Mientras Trotsky leía el artículo, Mornard sacó el bastón de alpinista de la gabardina y se lo clavó en el cráneo a Trotsky. Aunque estaba herido de muerte, Trotsky se levantó de su silla y peleó contra su atacante. Harold Robins, al escuchar gritar a Trotsky, fue corriendo al escritorio y sometió al asesino.
De camino al hospital en Ciudad de México, Trotsky perdió la consciencia. Murió, con Natalia a su lado, la tarde siguiente.
* * * * *
Seis meses antes del asesinato, el 27 de febrero de 1940, Trotsky había escrito su Testamento. Su intención era que la declaración se publicara después de su muerte. Aunque su capacidad de trabajo permanecía sin disminuir, Trotsky creía que no le quedaba mucho de vida. Además de la siempre presente amenaza de asesinato, estaba sufriendo de alta tensión sanguínea, para lo que no había, en esa época, tratamiento efectivo. El Testamento rechazaba 'la estúpida y vil calumnia de Stalin y sus agentes: no hay una sola mancha en mi honor revolucionario'. [38] Expresó su convicción de que futuras generaciones revolucionarias rehabilitarían el honor de las víctimas de Stalin 'y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin'. Con evidente emoción, Trotsky rindió homenaje a Natalia Sedova: 'Además de la felicidad de ser un luchador por la causa del socialismo, el destino me dio la felicidad de ser su esposo'. [39] Trotsky a continuación replanteó para la posteridad el propósito, los principios y la filosofía que habían guiado la obra de su vida:
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud. [40]
La humanidad y amplitud de miras de Trotsky encontraron su expresión consumada en la conclusión del Testamento:
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente. [41]
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Han pasado ochenta años desde el asesinato de Trotsky. Y sin embargo el paso del tiempo no ha disminuido su estatura. La sombra que proyecta este gigante político del siglo veinte se cierne aún más grande en el veintiuno.
La historia ha justificado a Trotsky y ha vencido a sus enemigos. El edificio del estalinismo ha quedado hecho trizas. El nombre de Stalin está ahora y estará siempre asociado a traiciones criminales. El daño que sus crímenes le hicieron a la Unión Soviética —política, económica y culturalmente— fue irreparable. Stalin será recordado solo como una de las figuras más monstruosas del siglo veinte, un asesino en masa contrarrevolucionario de socialistas, superado en maldad solo por Hitler. Trotsky tenía razón: 'La venganza de la historia es mucho más terrible que la venganza del más poderoso secretario general'. [42]
El lugar de Trotsky en la historia persiste y se hace cada vez más grande porque las tendencias básicas y las características del capitalismo contemporáneo y del imperialismo corresponden a su análisis de la dinámica de la crisis capitalista mundial y la lógica de la lucha de clases. Sus escritos —indispensables para una comprensión del mundo contemporáneo— siguen siendo tan frescos como el día en que fueron escritos. La vida y las luchas de Trotsky, su devoción inflexible a la liberación de la humanidad, vivirán en la historia.
El mundo no ha sobrepasado a León Davidovich Trotsky. Todavía vivimos en la época que él definió como la agonía del capitalismo. La solución que él planteó a la crisis del capitalismo —la revolución socialista mundial— brinda la única salida históricamente progresista a la crisis existencial del sistema capitalista.
Pero esta solución necesita que se resuelva la crisis de la dirección revolucionaria. Esta es la tarea a la que se vuelve a dedicar el Comité Internacional de la Cuarta Internacional al conmemorar el ochenta aniversario de la muerte de Trotsky.
Fin
[1] 'Once Again on the ‘Crisis of Marxism”, en Writings of Leon Trotsky 1938–39 (Nueva York: 1974), pág. 205
[2] The Death Agony of Capitalism and the Tasks of the Fourth International (Nueva York: 1981), pág. 1
[3] Marx-Engels Collected Works Volumen 5 (Nueva York: 1976), pág. 6
[4] Mieczyslaw Bortenstein (M. Casanova), Spain Betrayed: How the Popular Front Opened the Gate to Franco, Introducción en https://marxists.architexturez.net/history/etol/document/spain2/index.htm
[5] Ibid. [6] Citado por Trotsky del artículo 'The Class, The Party, and the Leadership' de Que Faire en The Spanish Revolution 1931–39 (Nueva York, 1973), pág. 355
[7] Ibid., pág. 355
[8] Ibid., págs. 355–56
[9] Ibid., pág. 357
[10] 'The Class, the Party, and the Leadership', en The Spanish Revolution 1931–39 (Nueva York: 1973), pág. 358
[11] Trotsky’s Diary in Exile 1935 (Nueva York: 1963), pág. 46, subrayado en el original
[12] 'The Class, the Party, the Leadership', pág. 361
[13] Ibid., pág. 361–62
[14] Spain Betrayed, Capítulo 21, en https://marxists.architexturez.net/history/etol/document/spain2/index.htm
[15] Ibid., Capítulo 21 en https://marxists.architexturez.net/history/etol/document/spain2/index.htm
[16] 'The Class, the Party, the Leadership', pág. 364
[17] Stalin: An Appraisal of the Man and His Influence, traducido por Alan Woods (Londres: 2016), pág. 663
[18] Ibid., pág. 671
[19] Ibid., pág. 671
[20] Ibid., pág. 671
[21] Ibid., pág. 671
[22] Ibid., pág. 671
[23] Ibid., pág. 667
[24] Ibid., pág. 667
[25] Ibid., pág. 689
[26] Walter Benjamin Selected Writings, Volumen 4: 1938–1940 (Cambridge y Londres, 2003), pág. 392
[27] Ibid., pág. 392
[28] Ibid., págs. 402–03
[29] Stalin, op. cit., pág. 682
[30] Ibid., pág. 682
[31] Ibid., pág. 683
[32] Ibid., pág. 682
[33] Ibid., pág. 689
[34] Ibid., pág. 689
[35] Comité Internacional de la Cuarta Internacional, Trotsky’s Assassin At Large (Labor Publications, 1977), pág. 16
[36] Victor Serge y Natalia Sedova Trotsky, The Life and Death of Leon Trotsky (Nueva York, 1975), pág. 265
[37] The Prophet Outcast, Trotsky: 1929 – 1940 (Nueva York: 1965), págs. 498–99
[38] Writings of Leon Trotsky 1939–40, pág. 158
[39] Ibid., pág. 158
[40] Ibid., págs. 158–59
[41] Ibid., pág. 159
[42] Stalin, op. cit., pág. 689
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(Publicado originalmente en inglés el 8 de septiembre de 2020)