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1. El Año Nuevo 2024 comienza con una intensificación de la crisis internacional. En los albores del milenio, hubo predicciones optimistas de que el capitalismo mundial, bajo el dominio benevolente y “unipolar” de los Estados Unidos, estaba entrando en una nueva época de paz y prosperidad universales. Debido a la disolución de la Unión Soviética, los demonios del “siglo XX corto”—sobre todo, los espectros del marxismo y la revolución socialista— habían quedado enterrados de una vez por todas. Wall Street gritó al mundo: “Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes: ¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!”. Pero ha tomado menos de un cuarto de siglo disolver esa arrogancia en un naufragio colosal. El nuevo siglo del capitalismo triunfante ha demostrado ser el más corto de todos. Las contradicciones fundamentales del sistema capitalista mundial que produjeron las guerras y revoluciones del siglo XX no se han resuelto y siguen siendo las fuerzas impulsoras de la intensificación de las convulsiones económicas, sociales y políticas que sacuden todo el mundo.
2. Los horrores producidos por los cataclismos del siglo pasado se están reproduciendo. El genocidio se está adoptando abiertamente como instrumento de la política estatal. El intento del régimen israelí de exterminar al pueblo palestino en Gaza procede con el respaldo abierto de Estados Unidos y sus aliados imperialistas, que han proclamado repetidamente su oposición a un alto al fuego. Una zona urbana densamente poblada está siendo sometida a un bombardeo despiadado que ha matado a más de 25.000 personas, en su mayoría mujeres y niños, en las primeras 10 semanas de la guerra.
3. El primer ministro fascista de Israel, Benjamín Netanyahu, declaró en su mensaje de Año Nuevo que la embestida continuará a lo largo de 2024. Israel no podría continuar la guerra una semana más, ni mucho menos un año, sin el apoyo financiero y militar ilimitado de los Estados Unidos y sus cómplices de la OTAN. El presidente de los Estados Unidos, el secretario de Estado, un sinnúmero de otros altos funcionarios del Gobierno y el Pentágono viajan de ida y vuelta entre Washington y Tel Aviv, supervisando las operaciones israelíes y participando en la selección de objetivos para los bombardeos. Es un secreto a voces que el personal de Estados Unidos y la OTAN están directamente involucrados en las acciones asesinas sobre el terreno dentro de Gaza.
4. El respaldo y la participación en el genocidio representan más que las violaciones habituales por parte de las potencias imperialistas de sus propias declaraciones sobre derechos humanos. El genocidio de Gaza confirma, a un nivel incluso mayor, una tendencia observada por primera vez por Lenin en medio de la Primera Guerra Mundial, hace más de un siglo. Escribió en 1916 que “la diferencia entre la burguesía imperialista democrático-republicana y la reaccionaria-monárquica se borra porque ambas se están pudriendo vivas...”. Si se sustituye el término “fascista” por “reaccionaria-monárquica”, el análisis de Lenin es completamente válido como una descripción de los regímenes imperialistas actuales.
5. El genocidio de Gaza no es un episodio único que se comprende más fácilmente como el producto de circunstancias excepcionales relacionadas con el conflicto israelí-palestino y el carácter intrínsecamente reaccionario del proyecto sionista y su ideología racista y xenófoba-nacionalista. Estos últimos elementos por supuesto cumplen un papel importante en las acciones del régimen israelí. Pero la ferocidad desenfrenada de la guerra actual, llevada a cabo con el pleno apoyo de sus patrocinadores imperialistas y proveedores de armas, solo puede entenderse y explicarse en el contexto del colapso del sistema imperialista mundial y de Estados nación.
6. El “error” fundamental de los estrategas del imperialismo estadounidense después de la disolución de la Unión Soviética fue que analizaron el evento en términos puramente ideológicos, es decir, como el triunfo de la “libre empresa” capitalista sobre la “dictadura” socialista. Pero esta explicación, basada en la falsa identificación del estalinismo con el socialismo, ocultaba la verdadera causa de la caída de la Unión Soviética y sus implicaciones para el desarrollo futuro del imperialismo estadounidense y mundial.
7. A pesar de sus trágicas consecuencias, la disolución de la URSS confirmó la crítica marxista-trotskista fundamental de la política estalinista del “socialismo en un solo país”. La utopía nacionalista y reaccionaria de un Estado socialista aislado fue víctima, como había predicho Trotsky, de la realidad de la economía mundial.
8. El fin de la URSS proporcionó a los Estados Unidos una ventaja a corto plazo sobre sus rivales, que sus propagandistas denominaron el “momento unipolar”. Pero la contradicción fundamental que condujo a las dos guerras mundiales del siglo XX —el conflicto entre la realidad objetiva de una economía mundial altamente integrada y la persistencia del obsoleto sistema de Estados nación— no se resolvió con la desaparición de la URSS y sus regímenes satélites en Europa del Este.
9. Estados Unidos buscó sacar partido de su ventaja geopolítica para alcanzar un nivel de dominación global que se le había negado después de la Segunda Guerra Mundial como consecuencia del papel decisivo desempeñado por la Unión Soviética en la derrota de la Alemania nazi y la ola de movimientos de masas anticoloniales posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Washington se convenció de que finalmente podría reorganizar la economía mundial bajo su control a través de su poder militar. El comentarista favorito del imperialismo estadounidense, Thomas Friedman del New York Times, proclamó en 1999 que “el puño oculto que en todo el mundo mantiene seguras a las tecnologías de Silicon Valley se llama Ejército, Fuerza Aérea, Armada y Cuerpo de Marines de los Estados Unidos...”.[1]
10. La interminable serie de guerras lanzadas por Estados Unidos en los Balcanes, Oriente Próximo y Asia central fueron un intento desesperado por mantener su posición dominante, a pesar de su declive económico general. El Comité Internacional explicó el motivo de la invasión de Irak en 2003 y anticipó el fracaso de su proyecto hegemónico subyacente:
El lanzamiento de una guerra de agresión contra Irak representa un intento final y culminante de resolver, con base en el imperialismo, el problema histórico-mundial de la contradicción entre el carácter global de las fuerzas productivas y el sistema arcaico del Estado nación. Estados Unidos propone resolver el problema estableciéndose como el Estado nación supremo, funcionando como el árbitro final del futuro del mundo, decidiendo cómo se asignarán los recursos globales, después de que apoderarse de la mayor parte de ellos. Pero tal solución imperialista a las contradicciones subyacentes del capitalismo mundial, que era completamente reaccionaria en 1914, no ha mejorado con la edad. De hecho, la propia magnitud del desarrollo económico mundial en el curso del siglo XX dota a tal proyecto imperialista de un elemento de locura. Cualquier intento de establecer la supremacía de un solo Estado nación es incompatible con el nivel extraordinario de integración económica internacional. El carácter profundamente reaccionario de tal proyecto se refleja en los métodos bárbaros que requiere.[2]
11. El genocidio de Gaza personifica los “métodos bárbaros” que surgen del impulso cada vez más desesperado y asediado de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN para mantener su posición dominante frente al desafío que representan para su hegemonía China y los demás Estados nacionales recalcitrantes cuyos intereses entran en conflicto con el orden imperialista “basado en reglas” de Washington. La masacre de los palestinos se está produciendo en medio de la sangrienta guerra por delegación de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, que desde su estallido en febrero de 2022 se ha cobrado aproximadamente medio millón de vidas ucranianas y, al menos, 100.000 rusas.
12. A medida que la guerra en Gaza ha normalizado el genocidio como un instrumento aceptable de la política imperialista, la implacable escalada de la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia ha ido acompañada de la aceptación de facto de que es altamente posible, incluso probable, que el conflicto pueda conducir al uso de armas nucleares tácticas y estratégicas. El Gobierno de Biden autoriza y dirige regularmente ataques militares contra activos y territorio rusos que se habrían descartado durante la guerra fría ya que habrían provocado como represalia un conflicto nuclear. Cruzando repetidamente sus propios límites anteriores o “líneas rojas”, la Administración de Biden y sus Gobiernos aliados de la OTAN han afirmado que su conducción de operaciones militares no se verá disuadida por la amenaza de una guerra nuclear.
13. A pesar de haber desangrado a Ucrania, el imperialismo de EE.UU. y la OTAN no ha logrado la victoria en el campo de batalla. Su publicitada “ofensiva de primavera” a mediados de 2023 terminó en una debacle. En los últimos días de 2023, el régimen ucraniano llevó a cabo una escalada significativa de la guerra lanzando un ataque con misiles en suelo ruso, matando al menos a 22 personas en la ciudad de Belgorod. Rusia ha respondido mediante una nueva ola de ataques con misiles contra Ucrania, que el Gobierno de Biden está aprovechando para exigir un financiamiento ilimitado y continuo de la guerra por delegación.
14. En última instancia, la instigación de la guerra patrocinada por Estados Unidos y la OTAN en Ucrania no significa nada menos que la preparación para una guerra de Estados Unidos contra China, transformando todos los rincones del mundo en ámbitos de operaciones. Hace casi 20 años, en 2006, el Comité Internacional planteó una serie de preguntas relacionadas con las políticas globales de Estados Unidos, entre las que se encontraban las siguientes:
¿Estará Estados Unidos preparado para abandonar sus aspiraciones hegemónicas y aceptar una distribución más igualitaria del poder global entre los Estados? ¿Estará preparado para ceder terreno, sobre la base de compromisos y concesiones, a competidores económicos y militares potenciales, ya sea en Europa o en Asia? ¿Acomodará Estados Unidos amable y pacíficamente la creciente influencia de China?[3]
Respondiendo a estas preguntas, el CICI respondió que aquellos que respondieran afirmativamente “están haciendo una apuesta enorme contra las lecciones de la historia”.
15. Hoy en día, las respuestas a estas preguntas no son de carácter especulativo. La guerra entre Estados Unidos y China no se considera una mera posibilidad, sino una inevitabilidad. Este consenso dentro de los círculos de política exterior de Washington se resume en un ensayo publicado en la nueva edición de enero-febrero de 2024 de Foreign Affairs. Se titula ominosamente, “La gran guerra: preparándose para una guerra prolongada con China”. Su autor es Andrew J. Krepinevich, Jr., investigador principal del Hudson Institute, un importante centro de pensamiento imperialista.
16. El ensayo asume que Estados Unidos y China irán a la guerra. Se da por sentado, como algo que no vale la pena perder el tiempo debatiendo. Las verdaderas interrogantes son cómo y dónde comenzará la guerra, en el estrecho de Taiwán, la península de Corea, a lo largo de la frontera entre China e India o en el sur de Asia, y si la guerra asumirá proporciones nucleares. Krepinevich afirma:
Una vez que haya estallado una guerra, tanto China como Estados Unidos tendrían que enfrentar los peligros que representan sus arsenales nucleares. Al igual que en tiempos de paz, las dos partes mantendrían un fuerte interés en evitar una escalada catastrófica. Aun así, en plena guerra, no se puede descartar tal posibilidad. Ambos se enfrentarían al desafío de encontrar el punto óptimo de fuerza para obtener una ventaja sin causar una guerra total. En consecuencia, los líderes de ambas grandes potencias tendrían que ejercer un alto grado de autocontrol.
Para que la guerra se mantenga limitada, tanto Washington como Beijing tendrían que reconocer las líneas rojas del rival, a saber, ciertas acciones vistas como escaladas y que podrían provocar una respuesta.[4]
17. Es delirante arriesgar un Armagedón nuclear apostando en la capacidad de limitar una escalada en un conflicto existencial del que depende el futuro de los combatientes. En cualquier caso, la guerra por delegación entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia ya ha establecido que el imperialismo estadounidense no se verá disuadido por la amenaza de represalias nucleares y cruzará todas y cada una de las “líneas rojas” para lograr sus objetivos.
18. Krepinevich reconoce que la inevitable guerra entre Estados Unidos y China, incluso sin el uso de armas nucleares, tendrá consecuencias catastróficas para toda la humanidad. Señaló:
Incluso si ambas partes evitaran una catástrofe nuclear, e incluso si los territorios de Estados Unidos y los principales miembros de su coalición quedaran parcialmente intactos, la escala y el alcance de la destrucción probablemente superarían con creces cualquier cosa que la población estadounidense y de sus aliados hayan experimentado.[5]
19. La conclusión a la que llega Krepinevich no es que el cataclismo militar deba evitarse a toda costa, sino que la “capacidad de la coalición liderada por Estados Unidos para mantener el apoyo popular a la campaña de guerra, junto con la voluntad de sacrificio, sería crucial para su éxito”.[6]
20. La clase obrera estadounidense e internacional debe oponerse a este escenario imperialista de pesadilla de una guerra inevitable. Los trabajadores en los centros imperialistas de América del Norte, Europa, Asia, Australia y Nueva Zelanda no tienen absolutamente ningún interés en defender los intereses geopolíticos y económicos globales de su respectiva élite corporativo-financiera imperialista y loca por el poder. Tampoco deberían los trabajadores de Rusia, China y otras grandes potencias regionales capitalistas –Brasil, Argentina, Egipto, los Estados del golfo Pérsico, Turquía, Nigeria, Sudáfrica, India, Indonesia, por nombrar solo los más significativos— atribuir ningún carácter progresista a los intentos reaccionarios de reorganizar la geopolítica mundial a partir de la perspectiva utópica de la multipolaridad.
21. El hecho de que el imperialismo estadounidense instigara la guerra entre Rusia y Ucrania no justifica, desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera rusa e internacional, la decisión del Gobierno de Putin de invadir Ucrania. La respuesta del Gobierno de Putin a las provocaciones del imperialismo estadounidense y europeo no estuvo determinada por consideraciones abstractas de “defensa nacional”, sino por los intereses de clase de la parasitaria clase dominante oligárquico-capitalista que surgió de la desintegración de la Unión Soviética y la privatización y el robo absoluto de sus activos nacionalizados.
22. En los años anteriores a la disolución de la URSS, el conflicto político dentro del aparato burocrático gobernante se desarrolló a lo largo de líneas nacionales y étnicas. Esta tendencia reaccionaria había sido preparada y facilitada por el rechazo de Stalin al internacionalismo proletario y la promoción del nacionalismo ruso bajo la tapadera de un patriotismo soviético chovinista. A raíz de la desintegración de la Unión Soviética, los conflictos ya existentes entre las camarillas burocráticas nacionalistas, de las cuales las rusas y las ucranianas eran las más poderosas, evolucionaron rápidamente hacia una disputa abierta por las materias primas, los mercados y las ventajas territoriales entre las nuevas burguesías nacionales. En octubre de 1991, menos de tres meses antes de la disolución de la Unión Soviética, el Comité Internacional advirtió:
En las repúblicas, los nacionalistas proclaman que la solución a todos los problemas radica en la creación de nuevos Estados “independientes”. Permítannos preguntar, ¿independiente con respecto a quién? Al declarar la “independencia” de Moscú, los nacionalistas no pueden hacer nada más que poner todas las decisiones vitales relacionadas con el futuro de sus nuevos Estados en manos de Alemania, Reino Unido, Francia, Japón y Estados Unidos.[7]
23. La guerra en curso confirma la advertencia hecha hace 30 años por el Comité Internacional. La lucha contra la guerra entre Estados Unidos y la OTAN debe llevarse a cabo sin adaptarse al régimen de Putin, sino oponiéndose implacablemente a su agenda nacionalista-capitalista reaccionaria. La política contra la guerra de los trabajadores rusos y ucranianos debe basarse en la unidad de todos los sectores de la clase obrera de la antigua Unión Soviética contra las nuevas élites capitalistas. La política internacionalista defendida por Lenin y los bolcheviques durante la Primera Guerra Mundial, de oposición intransigente a la defensa del Estado capitalista ruso, debe ser adoptada por los trabajadores de Rusia y Ucrania en la actualidad.
24. Los mismos principios fundamentales del internacionalismo socialista definen la actitud del Comité Internacional hacia el conflicto entre el imperialismo estadounidense y China. Estados Unidos procura limitar el desarrollo económico de China, restringir su acceso a recursos y tecnologías cruciales y bloquear la expansión de su influencia global. China intenta contrarrestar la presión implacable ejercida por el imperialismo estadounidense a través de la reestructuración de las instituciones geopolíticas y económicas predominantes en las que el dólar estadounidense funciona como el pilar del comercio mundial y las transacciones financieras. Pero esta política, a pesar de los intentos de China de dotarla de un barniz progresista e incluso altruista (por ejemplo, a través de la promoción de la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”), se desarrolla sobre bases capitalistas y tiene como objetivo nada más que la reorganización del equilibrio de poder global existente.
25. El estallido de la guerra no se puede evitar contraponiendo a la hegemonía del imperialismo estadounidense una nueva coalición multipolar de Estados capitalistas. La lucha contra la guerra imperialista no puede lograrse mediante una reestructuración del sistema del Estados nación, sino solo a través de su destrucción. Como insistió Rosa Luxemburgo en vísperas de la Primera Guerra Mundial, la clase trabajadora “debe llegar a la conclusión de que el imperialismo, la guerra, el saqueo de países, las disputas sobre el control de pueblos, los actos ilegales y la política de violencia solo se pueden combatir luchando contra el capitalismo, contraponiendo la revolución social al genocidio global”.[8]
Continuará.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de enero de 2024)
[1] Thomas L. Friedman, “A Manifesto for the Fast World,” New York Times Magazine, 28 de marzo de 1999
[2] A Quarter Century of War: The U.S. Drive for Global Hegemony 1990-2016, David North (Mehring Books: Oak Park, MI), pág. 277
[3] Ibid, págs. 368-69
[4] Foreign Affairs, enero-febrero de 2024, págs. 111-12
[5] Ibid, pág. 117
[6] Ibid, pág. 118
[7] “After the August Putsch: Soviet Union at the Crossroads,” David North, en The Fourth International, Vol.19, No. 1, otoño-invierno de 1992, pág. 110.
[8] “Petty-Bourgeois or Proletarian World Policy?” en Discovering Imperialism: Social Democracy to World War I, traducido y editado por Richard B. Day and Daniel Gaido (Chicago: Haymarket Books, 2012), pág. 470