La vicepresidenta estadounidense Kamala Harris concluyó su visita de dos días a Filipinas el martes. Tenía una agenda llena, reuniéndose con el presidente Ferdinand Marcos Jr. y la vicepresidenta Sara Duterte para hacer acordar la expansión de las bases militares estadounidenses en el país y aumentar los preparativos de guerra con China. Pero, aún así, logró incluir un discurso en un evento sobre la importancia de defender los derechos humanos.
No hay país tan hipócrita como Estados Unidos. Washington acusa a sus oponentes geopolíticos —Rusia, China, Irán, entre muchos otros— de violar los derechos humanos, llevar a cabo crímenes de guerra e incluso perpetrar “genocidios”. Pero perdona las violaciones de derechos humanos, acepta las dictaduras y facilita la represión masiva por parte de las fuerzas serviles a sus intereses. El imperio estadounidense está hecho de una santurronería bañada en sangre.
Ferdinand Marcos Jr., el hijo del finado dictador, llevó a cabo una campaña electoral dedicada a la rehabilitación del brutal gobierno militar de su padre, que se extendió de 1972 hasta la expulsión de la familia Marcos en 1986. Desde que asumió el cargo el 30 de junio, Marcos Jr. ha presidido atropellos cada vez mayores a los derechos democráticos básicos. Su política consiste en implementar una ley marcial gradual .
Su vicepresidenta Sara Duterte, la hija del expresidente Rodrigo Duterte, un matón fascistizante que emprendió y supervisó una campaña de asesinatos masivos contra los pobres apodada la “guerra contra las drogas”, que mató a más de 30.000 personas. Sara Duterte apoya y avanza el legado fascista de su padre.
Harris señaló claramente que el Gobierno de Biden está listo para respaldar a estas figuras y todos los crímenes que representan con tal de que alineen a Manila con Washington y sus planes de guerra contra China.
Cualquier visita de un alto funcionario estadounidense a Filipinas representa un regreso a la escena de un crimen. Filipinas fue la colonia oficial de Estados Unidos por casi 50 años. Washington conquistó brutalmente al pueblo filipino cuando acababa de declarar su independencia a través de un levantamiento anticolonial contra España. La sangrienta guerra librada por el imperialismo estadounidense mató a más de 200.000 filipinos, detuvo a provincias enteras en campos de concentración, torturó y ejecutó a prisioneros, y quemó pueblos enteros. Fue sobre los restos carbonizados de la independencia filipina que Washington erigió su “exhibición de democracia” en Asia.
Cuando el malestar social alcanzó niveles que no podían contenerse de manera pacífica en las Filipinas de la posguerra, Washington abandonó sus pretensiones y facilitó la imposición de un régimen de ley marcial bajo Ferdinand e Imelda Marcos, quienes presidieron arrestos, tortura y asesinatos a escala masiva de filipinos ordinarios mientras la familia saqueaba el país. Mientras tanto, todos los Gobiernos consecutivos de EE.UU. los respaldaron incondicionalmente.
Estas bases militares, que representaban porciones grandes y vitales del territorio filipino bajo control estadounidense, eran un insulto continuo a cualquier semblanza de soberanía nacional. En 1991, el Senado filipino votó por un margen de un voto en contra de renovar la concesión territorial.
Cuando el Gobierno de Obama emprendió su “pivote hacia Asia”, buscaba emplear métodos militares para contener y revertir el poder económico en auge de China. La restauración de las bases en Filipinas, un factor tan vital en la proyección del poderío militar estadounidense, era un componente crítico de estos planes. El Acuerdo de Cooperación Mejorada de Defensa (EDCA, por sus siglas en inglés) alcanzado en 2014 entre las Administraciones de Obama y Benigno Aquino III planeaba restaurar las bases militares estadounidenses en la excolonia.
Pero Rodrigo Duterte asumió el poder en 2016 y, buscando lazos económicos más estrechos con Beijing, rechazó muchas de las propuestas más agresivas de Washington y amenazó con cancelar el EDCA. Las relaciones entre EE.UU. y Filipinas se enfriaron.
El nuevo Gobierno de Marcos se ha encontrado se encuentra atrapado entre Estados Unidos y China y dice que busca lazos amistosos con ambos países. Sin embargo, es un balance imposible cuando las medidas de guerra comercial de Washington y sus provocaciones en torno a Taiwán han desestabilizado toda la región del Asia-Pacífico de manera fundamental.
En busca de la lealtad del Gobierno de Marcos, la Administración de Biden dio a entender que hará la vista gorda ante sus ataques a los derechos humanos. Marcos Jr. se enfrenta a multas de $350 millones por cargos de desacato a un tribunal en Estados Unidos en relación con casos vinculados a las flagrantes violaciones a los derechos humanos de su familia. Debió haber sido sometido a una citación y un arresto por desacato criminal cuando viajó a Estados Unidos en septiembre, pero el Gobierno de Biden se aseguró de que Marcos tuviera un viaje seguro a Nueva York, donde sostuvo una reunión amistosa con el mandatario estadounidense. Los miles de filipinos asesinados y torturados representados en los casos legales contra Marcos Jr. suponen obstáculos para los intereses del imperialismo estadounidense y Biden se desentendió indolentemente de sus derechos.
En su visita a Filipinas, Harris llevó consigo tanto las arrogantes demandas del imperialismo estadounidense como sus pretensiones de derechos humanos. El pedido más importante para Washington es la concesión de ubicaciones adicionales para bases militares estadounidenses. El Pentágono había seleccionado cinco ubicaciones en Filipines que quiere controlar y escribió una lista de los territorios que está solicitando. Harris le presentó esta lista a Marcos.
El acuerdo EDCA, que estuvo a punto de colapsar durante el sexenio de Duterte, es un documento de neocolonialismo sin límites. Es un acuerdo ejecutivo que socava el poder constitucional del Senado filipino para supervisar cualquier presencia de tropas extranjeras en el país.
El EDCA concede partes del territorio filipino al control del ejército estadounidense, pero intenta mantener la pretensión de soberanía filipina autorizando a un solo filipino a acceder a las bases con permiso de los oficiales estadounidenses. Todo el personal estadounidense goza de inmunidad extrajudicial de la jurisdicción local; no está sujeto a la legislación filipina. Washington no paga ningún alquiler por el uso de las bases, y si EE.UU. decide abandonar una base, el Gobierno filipino está obligado a pagar por cualquier “mejora”. El personal filipino que trabaja en la base está sujeto a la vigilancia de las autoridades estadounidenses. No hay límite en el número de personal militar que EE.UU. puede desplegar.
El jefe del Estado Mayor filipino, el teniente general Bartolome Bacarro, declaró a la prensa que entre las nuevas zonas solicitadas por EE.UU. en virtud del EDCA se encontraban dos lugares en el estrecho de Luzón, que separa a Filipinas de Taiwán, mientras que el resto de las ubicaciones bordea el mar de China Meridional. Los lugares fueron elegidos con el fin de prepararse para la guerra con China.
Harris dejó sus reuniones con Marcos y Duterte para dirigirse a una conferencia sobre derechos humanos y derechos de la mujer. “Recuerden”, dijo a la audiencia reunida, “no están solos en su lucha por los derechos que nos ha dado Dios”. Dijo que estaba especialmente comprometida con la lucha por los derechos de las mujeres y las niñas a vivir sin violencia.
Junto con el dominio de la Iglesia católica y la brutal ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, ninguna fuerza ejerció más violencia sobre las mujeres filipinas que el imperialismo estadounidense y su ejército. Las bases, cuya devolución reclama Harris, hicieron que germinaran ciudades enteras cuyo núcleo económico era la prostitución para decenas de miles de tropas estadounidenses.
La mezcla de hipocresía y belicismo, la peculiar especialidad de Washington, alcanzó su apogeo a la mañana siguiente cuando Harris voló a la isla de Palawan. Era la primera funcionaria de alto rango de EE.UU. que viajaba a la isla, famosa sobre todo por sus selvas y complejos turísticos de playa. La isla es el punto más cercano al Mar de China Meridional y en ella se encuentra uno de los lugares que Washington reclama en virtud del EDCA.
Harris subió a bordo de un buque de la guardia costera filipina, el Teresa Magbanua, y, sin estar acompañada por ningún funcionario civil de alto rango de Filipinas, pronunció un discurso ante esta rama del ejército filipino mientras permanecían en posición firme. El buque lleva el nombre de una mujer filipina que fue general en la guerra filipino-estadounidense y dirigió la resistencia guerrillera organizada contra las fuerzas de ocupación de Estados Unidos, pero Washington no deja que esas nimiedades históricas interfieran en sus ambiciones.
“Están en primera línea”, les dijo, “defendiendo el orden internacional basado en reglas”. Dejó claro de quién eran los intereses que les convocaba a defender, declarando: “La prosperidad de Estados Unidos depende de los miles de millones de dólares que fluyen por estas aguas cada día”. Estados Unidos rechaza “los reclamos marítimos cada vez más extensos de China en el mar de China Meridional”, afirmó. Se trata de una lucha “por la soberanía nacional”.
¡Qué farsa! A ningún otro país del mundo se le ocurriría actuar con el nivel de audacia e hipocresía que muestra habitualmente Estados Unidos. Harris acababa de presentar una lista de porciones de territorio filipino sobre las que el ejército estadounidense propone ejercer un dominio incuestionable. Como representante de una potencia extranjera que controlaba el país como su colonia, subió a bordo de un buque de las fuerzas armadas filipinas y se dirigió a los uniformados reunidos sobre el tema de... “la soberanía nacional”. La mayor amenaza en la historia de Filipinas para la soberanía nacional del país ha sido siempre el imperialismo estadounidense.
La visita de Harris a Filipinas, reuniéndose con Marcos y exigiendo bases militares, expone vívidamente la esencia de los planes de Washington. Independientemente de las maniobras tácticas que la Administración de Biden emprenda con China, independientemente de los cambios que pueda adoptar temporalmente en su retórica, Washington está comprometido con una estrategia que conduce a la guerra y está haciendo activamente los preparativos materiales para el estallido de un conflicto armado.
(Publicado originalmente en inglés el 22 de noviembre de 2022)